“La poetisa fea, cuando no llega a poeta, no suele ser más que una fea que se hace el amor en verso a sí misma”. Así proclamaba Leopoldo Alas, alias Clarín, uno de los escritores más reputados de la historia de la literatura, en su obra Solos (1881) lo que suponía ser mujer y escribir poesía. Mujeres ridiculizadas por poner en práctica su pasión lírica sobre la escritura poética, consideradas, incluso, farsantes de la poesía en su significación más peyorativa. Porque todas ellas fueron relegadas a un plano de ignorancia e incapacidad. Fueron consideradas románticas empedernidas, afectivas en extremo. Fueron menospreciadas y apartadas de la creación en verso. Fueron evocadas a la cursilería y a la deficiencia literaria.
Como aquellas mujeres amas de casa que solamente podrían dedicarse al cuidado doméstico, esta conceptualización alcanzó su mayor periodo de denuncia cuando en el siglo XIX ascendió su auge de adherencia despectiva. Que la mujer utilizara la palabra fue, para muchos, una molestia que intentaron apartar del panorama del momento. Francisco Bejarano, muy explícito, sin pudor ni disfraz, escribió: “Poetisas mías, atiendan vuestras mercedes a sus maridos y a sus hijos, mantengan la casa en orden y déjense de versos malos y cochambrosos, que ya hay demasiados poetas que se dedican a ello con terca dedicación”.
El término poetisa fue, y todavía sigue siendo, motivo de discordia. Su origen data de 1737. Lo recoge por primera vez el Breve diccionario etimológico de la lengua castellana de Juan Coromines. Pero si bien su fecha se remonta a siglos pasados, su uso en cambio carece de la misma trayectoria que los años que han transcurrido en su historia. Las figuras del imaginario masculino sobre la palabra lograron crear un código de discurso patriarcal que terminó desembocando en, precisamente, lo que los detractores de la poesía escrita por mujeres rechazaban: emplear la palabra como arma de denuncia.
Las mujeres han gozado de menos libertad intelectual que los hijos de los esclavos atenienses. Las mujeres no han tenido, pues, la menor oportunidad de escribir poesía”
Una habitación propia (1929), Virginia Woolf.
Y aunque no son muchos los testimonios de mujeres que se han podido conservar, un documento visual que muestra la persistencia de esta problemática en el presente es el que estrenó en 2014 Sofía Castañón. ‘Se dice poeta’ es una producción que en 97 minutos de duración cuenta con declaraciones de 21 poetas de diferentes generaciones, nacidas entre 1974 y 1990. Yolanda Castaño, Elena Medel, Miram Reyes o Carmen Camacho, entre otras tantas.
El documental analiza exhaustivamente la historia y la evolución de la creación poética para solicitar un giro lingüístico en el que, la palabra poeta, se emplee para ayudar a lograr la equidad e igualdad. Expresa a través de palabras de mujeres de ayer y de hoy la necesidad de construir un lenguaje común no discriminatorio.
Porque si en un pasado el trabajo de los autores despreciaba el de las poetas hasta llegar incluso a excluirlas de las antologías de la época, incluso todavía hoy continúan existiendo certámenes y concursos distinguidos por géneros, como si la valía de una mujer no pudiera equipararse en la misma escalera que la de un hombre.
“Me sentí acunada por este lloro que era también canto tan de lejos y en mí, porque nunca nada era mío del todo. ¿No tendría yo dueño tampoco?”
Antes de la ocultación, Hacia un saber sobre el alma (1950), María Zambrano
‘Se dice poeta’ retoma el trabajo que ya en su día intentaron visibilizar las mujere silenciadas o menospreciadas. Porque aunque no podemos disfrutar de la lectura de la mayoría de sus versos, sí que algunos han conseguido salir a la luz, demostrando que, contra todo pronóstico de desdichas y diversas conjeturas, ellas sí que estuvieron. Ellas sí que escribieron. Y no solo eso: ellas también sabían a la perfección lo que estaba sucediendo. El problema fue que, igual que otras generaciones como las Sinsombrero o las Beat, no pudieron sacar a la luz su pensamiento.
Surgió así un efecto rebote en el que la poesía fue tomada como altavoz de resistencia. Desde la afamada Gloria Fuertes, (“Hago versos señores/ hago versos/ pero no me gusta que me llamen poetisa/ me gusta el vino como a los albañiles y tengo una asistenta que habla sola/”, ‘Hago versos señores’, Antología y poemas del suburbio, 1954), hasta mujeres que años antes ya habían hecho pública su disconformidad frente al término poetisa, como Rosario de Acuña: “Tal palabra no me cuadra/ su sonido/ a mi oído/ no murmura / con dulzura/ de canción/ no le presta/ la armonía/ melodía/ y hace daño/ al corazón” (‘Poetisas’, Ecos del alma, 1876).
Porque tanto Rosario de Acuña, como Gloria Fuertes y el resto de poetas que manifestaron su diferencia con todo lo que este término llevaba a sus espaldas, lo único que hacían en realidad era querer recuperar lo que, en su día, fue suyo.
La palabra “poeta” etimológicamente procede del latín poeta-poetae y, lo cierto es que ya dos siglos antes de la aparición de la palabra “poetisa”, en 1492 exactamente, el diccionario de latino-español de Antonio de Nebrija sentenció que el término poeta sería empleado tanto para hombres como para mujeres. La mujer había sido, por tanto, poeta mucho antes que poetisa. Ahora, eso sí, desde el 2001 la Real Academia de la Lengua Española –institución que cuenta en su equipo con 11 mujeres de más de 500 miembros- admite ya la palabra “poeta” para designar a cualquier persona que compone obras de poesía. No obstante, eso sí, “poetisa” todavía le acompaña y continúa vigente en el diccionario de esta academia como la forma más “tradicional y usada”.
Todas las ramificaciones connotativas y denotativas del término poeta entonces no hacen más que recalcar la necesidad que en su día vieron muchas de las mujeres de recuperar la denominación que les habían arrebatado. Porque si antes eran poetas, comenzar a ser poetisa no tendía sentido. Menos aún, si esto significaba arrinconarse en un plano de “poeta menor”.
Pero como en la mayoría de sectores, este plano menor era el que parecía destinado para ellas. Si Safo de Lesbos fue la primera figura femenina en ser reconocida, como poeta en una época -en el año 600 antes de Cristo– en la que los hombres tenían casi el monopolio de la poesía, no fueron en cambio muchas las que pudieron gozar del mismo prestigio. Ella, la única mujer incluida en la lista de los nueve poetas líricos, también considerada, por algunos como Platón, la “décima musa” (“musa” es otro de los términos que esconden tras su significado connotaciones pendientes de analizar con mayor profundidad). También Plutarco la denominó “la bella Safo”. Recalcamos: musa y bella.
El final de Safo, desgraciadamente, coincide con el de otras muchas que también consiguieron posicionar su nombre entre las figuras más reconocidas de la poesía. Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni o Sylvia Plath son tan solo algunas de las que ocupan a día de hoy muchas de las portadas de obras poéticas que podemos encontrar en librerías. ¿Los temas sobre los que escribieron? Soledad, angustia, amor, estándares y, por supuesto, frustración y opresión.
Mirad cómo se ríen y cómo me señalan
Porque yo lo digo así
(las ovejitas balan
porque ven que una loba ha entrado en el corral
Y saben que las lobas vienen del matorral)”
‘La loba’, Alfonsina Storni
Los nombres de mujer siguen siendo eso sí, minoría frente a la colección masculina. No obstante las últimas generaciones de poetas están teniendo, aunque tímidamente, cabida en recitales y encuentros virtuales de poesía. Continúa habiendo esa distinción de género en gran parte de su puesta en escena, pero esa mitad invisible de la que María Zambrano hablaba en su trabajo, gracias a los reclamos a voz de grito de las escritoras, continúa apartando la cortina y dando, cada vez, más visibilidad a la mujer poeta.
Cuando a Vanesa Pérez- Sauquillo le preguntan en el documental sobre el significado de la poesía, ella responde: “¿Qué es la poesía? La poesía es una pesca misteriosa, donde la palabra o su sentido -que es lo que se pesca- en vez de morir, adquiere la cualidad de brillar.
Y sí, los versos brillan. Y los versos escritos por mujeres, afortunadamente hoy brillan más que antes, pero todavía menos que mañana. Mientras tanto, en el camino y en el Día Mundial de la Poesía, en Bamba homenajeamos el trabajo de cada una de las mujeres que, a pesar del contexto y las circunstancias, han continuado con su labor poética. En especial damos las gracias a las que han encontrado su altavoz y catarsis emocional sobre la misma. A las que han usado la poesía como intervención. La poesía como espacio para dar rienda a la libertad. Pero sobre todo, a las que miran a través de ella.
Feliz día a todas las amantes de poesía.