Amalia Rodrigues: la vida podría ser un fado

amalia rodrigues fado Amalia Rodrigues en el salón de su casa.

Amalia Rodrigues visitaba su casa del Alentejo siempre que podía. Cuando permanecía en Lisboa, y cuando no viajaba por trabajo, en su salón, nada más entrar a la izquierda, solía recibir amigos y a casi cualquier persona por quien sintiera un mínimo de simpatía. Después, organizaba grandes reuniones y comilonas en el comedor de enfrente, un gran y luminoso espacio al que, en cambio, no tantos tenían acceso. Porque de Amalia decían, quienes la conocieron, que era una persona amable, pero no cercana. Que era muy agradable, pero un tanto tímida. Y que de su sentido del humor solo unos pocos eran dignos.

Sin embargo, la que fuera la fadista del siglo XX, probablemente todavía hoy la máxima representante del fado de la historia de Portugal, se consideraba frágil en las pequeñas cosas, y, en sus propias palabras “fuerte en las grandes”. Ni falta hace analizar este título para saberlo.

Amalia era hija de un zapatero y de una ama de casa. Nació en el seno de esta familia humilde, en la Beira Baixa, pero muy pronto se mudaría a Lisboa con sus padres. Pocos años después ellos decidieron volver al campo y fue ella la encargada de cuidar a su abuela. Durante esos años comienza a desarrollar su pasión: ya cantaba con devoción los temas que su abuela le enseñaba. Pero antes de dedicarse al mundo de la canción también fue bordadora, costurera y trabajadora en una fábrica de dulces. Incluso repartió fruta por las calles a los 15 años, con su hermana Celeste Rodrigues.

Fue después, durante su veintena, cuando debutó. En un mundo en el que solo los hombres copaban las listas de mejores fadistas, ella no solo se convirtió en una de las que mayor éxito logró, sino que además fue un paso más allá y se atrevió a cantar poemas de importantes personalidades del mundo, sobre todo, de los de su país natal, Portugal. No estuvo, por supuesto, exenta de envidias. Las malas lenguas todavía señalan a Luis de Camoes como uno de sus mayores críticos. También su ideología (unos dicen que a favor de la dictadura de Salazar, otros, en cambio, que era parte de la resistencia y que ayudó económicamente a los comunistas) fue un factor que se usó como vía para que su nombre ocupara titulares y que su faceta profesional quedara más relegada al olvido. Pero no pudo ser.

Amalia Rodrigues
Amalia Rodrigues, 1964.

Aún así, y a pesar de todas las imposiciones que una sociedad patriarcal demandaba, ella se alzó con premios que avalaron su mérito; como la Orden de Sant’Iago de la Espada (la más alta distinción de Portugal), el Premio Nacional de la Música y el premio Edison en los Países Bajos. Colaboró con músicos reconocidos como Alain Oulman, Carlos do Carmo, Julio Iglesias o Mercedes Sosa. Actuó, llenando estadios y salas, en Europa, América, Asia y África. En Japón, de hecho, todavía la escuchan mucho.

Conocer por entonces a Amalia Rodrigues en el terreno personal no era tarea fácil. Conocerla ahora lo es mucho más y, basta con visitar su casa en la calle lisboeta de Sao Bento, concretamente en el número 123, para comprobar su estilo de vida. Allí se encuentran en lo que es ahora un museo en su honor, en la Casa-Museo Amalia Rodrigues, más de 30 mil objetos que coleccionó, pero también, todos los muebles que le acompañaron durante los 44 años que allí vivió, dispuestos tal cual ella los tenía, exhibidos cada uno en el lugar que ocuparon por primera vez en su día, cuando ella vivía con su segundo marido, César Seabra, en este enclave.

La casa de Amalia Rodrigues en Lisboa

Arte, ropa y fados

amalia rodrigues casa
En ese sofá rojo Amalia ofrecía sus entrevistas.

En Bamba hemos viajado hasta este mágico reducto por en el que la historia se detuvo y, si esperábamos encontrarnos una maravilla de las que apenas ya quedan, la expectativa ha sido incluso mayor, porque al adentrarse en el que fuera su grandioso hogar varios datos llaman la atención y nos permiten acercarnos a ella con otra mirada, una mucho más íntima y más humana. Todo está perfectamente conservado. Es un retrospectiva majestosa en el tiempo que además de enseñarnos todas las medallas y títulos que ganó, nos lleva a retirar de nuestro imaginario la idea preconcebida que muchas personas profesaron de que Amalia era distante y muy fría. Lo que sucedía era que a ella, simplemente, le gustaba disfrutar de su tiempo libre. Era calmada. Pero por entonces era frecuente infravalorar y buscar fragilidades en las mujeres que destacaban en el ámbito profesional del mundo cultural. Pues si su trayectoria laboral parecía impecable, entonces resultaría demasiado perfecto que el carácter también lo fuera.

Amalia olía a Chanel, le gustaba el fútbol, amaba la naturaleza y la ropa (sorprende la cantidad de vestidos, accesorios y complementos que tenía; así como su pasión por las marcas de lujo como Prada), siempre que podía leía en un acogedor rinconcito que tenía reservado para esta actividad, se subía a zapatos con plataforma y tacón porque era muy bajita y rezaba, rezaba mucho. Amalia tenía su habitación llena de Cristos. También era muy simbólica y, aunque ella nació un 23 de julio de 1920, fiel a la decisión que le caracterizaba ella ya marcó su destino: decidió trasladar su cumpleaños al 23 de julio, el día de las cerezas.

En las paredes de su casa todavía siguen los azulejos blancos y azules. El rojo de sus sofás se mezcla con el dorado de los marcos de las obras que decoran sus estancias -impresiona la que se ve nada más entrar en la casa, un retrato suyo de cuerpo entero-, y los candelabros, la madera y los bordados delatan su pasión y gusto por el detalle.

El loro de Amalia, en su cocina.
Casa de Amalia Rodrigues.

Allí todo sigue prácticamente intacto, como si Amalia todavía siguiera habitando por aquella casa. Resulta fácil imaginarle viviendo allí. De hecho, nada más entrar en la cocina un loro gris, su loro Chico (el original, que tiene más de 30 años), continúa vigilando y saludando a cada persona que entra. También anhelándola, pues en ocasiones todavía se le puede escuchar llamarla por su nombre.

Cuenta la guía, durante la visita a este espacio que ahora es un museo, que su segundo marido, César Seabra, no solo la apoyaba en su carrera, sino que era parte de su motor, aunque ella siempre tendía a tenderlo encendido. No tuvieron hijos (querían, pero ella no era fértil), y disfrutaron de ese hogar ambos, acompañados de Chico y una empleada del hogar que era casi como de la familia.

Una vida de pasión y mucho amor

Amalia Rodrigues.
Amalia Rodrigues

A pesar de que Seabra fue el hombre que más años convivió con ella, en el plano sentimental, Amalia vio su vida marcada por otros amores que bien podrían explicar muchos de sus fados. El guitarrista Francisco da Cruz fue el primero que conocemos. Ambos se conocieron en el Concurso de Primavera y comenzaron un romance que, al ser descubierto por los padres de ella, se vio obligado a sellar su compromiso en 1940. Sin embargo, poco tiempo después, Francisco da Cruz rechazó a Amalia y le confiesó que en su vida ya existía otra mujer.  Sobre este desaliento amoroso ella llegó a decir: “El rechazo es lo que me marcó en esta boda”.

Hay otro nombre que las biografías apuntan como amante: Ricardo Espírito Santo Silva, intelectual, coleccionista de arte, amante de la cultura y, por supuesto fanático de Amalia. Sin confirmación oficial de que ambos llegaran a tener una relación sí que es sabido la admiración profunda que él sentía hacia ella. Le enviaba flores a su camerino, le seguía en sus giras por el mundo y hasta le acompañó en uno de sus conciertos en Roma. No obstante, en lo que parecía ser una historia bonita, los rumores se empeñaron en crear en Amalia la figura de malvada e interesada, señalando que su relación con Santo Silva se basaba en el dinero de la familia de éste -eran banqueros- le cedía para impulsar su carrera. Amalia ni necesitaba ese dinero, ni nunca vio en Santo Silva una fuente de ingresos. Para él también tuvo palabras: “Dijeron que me mandó a educar, que me dijo que aprendiera idiomas, que me dio mundos y profundidades, que era mi novio. Para esta gente, él fue quien me hizo artista, él fue que me dio todo. Ricardo Espírito Santo me quería, era mi amigo, amigo hasta de mi familia“.

No libre de polémicas, un nuevo hombre entró en su vida. Fue aquél que este mismo coleccionista de arte le presentó, su pariente Eduardo Pita Ricciardi. Si ella ya se sentía dolida por el rechazo de su primer matrimonio y por los comentarios que la tildaban de interesada, esta historia que se avecinaba vendría a ser una de las más fuertes por las que transitó su corazón. Mantuvieron una vida secreta de ocho años y hasta llegaron a vivir seis juntos, pero él jamás quiso hacer pública su pasión. El secretismo, los orígenes de cada uno (Amalia de familia humilde, él también de la banca) y los desencuentros entre ambos le llevaron a terminar también esa relación.

Desesperanzada y, sin esperarlo,  en Terras de Vera Cruz, conoce al que sería el hombre que le acompañaría hasta los últimos días de su vida: César Seabra, un ingeniero mecánico con quien se casa en 1961. Con él emprendió una vida más estable, y su matrimonio fue diferente. Se trató de una relación madura en la que ella misma llegó a decir que se sustentaba más por la confianza, protección seguridad y educación, que por aquella pasión desmedida e irracional que había sentido años atrás.

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Paula Martins Quintero
Paula Martins es editora adjunta de Bamba | La Revista