Clotilde de Sorolla: la gran desconocida

Clotilde Sorolla Clotilde García del Castillo

“Está visto que Dios nos unió de verdad, pues no sueño más que estar contigo y para ti. La misma pintura no creo que me compensase si tú no me hicieses feliz”. Estas fueron tan solo unas de las muchas palabras que Joaquín Sorolla escribió a la que fuera su mujer durante 41 años, Clotilde García del Castillo, en una de las más de dos mil cartas que intercambiaron cuando el pintor vivió dos años en Roma, respaldado como artista por una subvención cedida por la Diputación Provincial de Valencia. Tan solo estos dos años, de 1885 a 1887, fueron los que estuvieron tanto tiempo lejos el uno del otro. Tan solo 24 meses de todos los que se enviaron papeles escritos a tinta cómplice de su historia de amor. Una correspondencia que volvería a tener lugar años más tarde, por otra nueva separación por compromisos oficiales del pintor. “Te servirá de alegría saber que todos piensan en ti y sobre todo tu mujer que no te olvida. Tuya, Clotilde“, decía ella. “Pintar y amarte, eso es todo. ¿te parece poco?”, respondía él. A Clotilde no le parecía poco, de hecho, a ella le parecía inmenso.

Clotilde García
Clotilde García

Como sucede con otras mujeres que fueron esposas de artistas, como Gala Dalí, ella fue su mujer, su musa, su contable y secretaria (él llegó a hablar de ella apodándola “ministro de Hacienda“). Fue su guarida, su protección, su vida. No había rival en esta historia. La vida, eran ellos, y la admiración mutua de quién ama fuerte y vive intenso. El amor hacia sus tres hijos: María Clotilde, Joaquín y Elena. Y, por supuesto, la pasión hacia la que fuera la mejor aliada del matrimonio, la pintura.

Cuando ambos se conocieron ella tenía 14 años, él tan solo dos más, 16. A aquellos adolescentes los presentó el hermano de Clotilde, Juan Antonio García del Castillo, que por entonces era gran amigo del pintor. Tiempo después, cuando ella tenía 23 años comenzaron su romance y, ese mismo año, en 1888, se casaron en la valenciana parroquia de San Martín. Firmaron el que sería un contrato cuya duración se mantuvo de manera eterna, incluso tras la muerte de Sorolla, fecha en la que tan solo se separaron de manera física. Pues Clotilde siempre le amó y, el recuerdo que tenemos de ella sigue acompañando siempre a la de él. No porque, como sucediera con otros artistas, él le arrebatara algún mérito, sino porque no habría Sorolla sin Clotilde. Ella se entregó al pintor y al cuidado de los niños con toda su alma. Él, entre playas e infantes, también la pintaba a ella. La convertía en arte, pues así la definía también.

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Clotilde García del Castillocan retratada en una obra de Joaquín Sorolla.

Me parece que cuando te escribo estás más cerca de mí”, carta de Clotilde a Joaquín

Tras casarse ambos vivieron en Asís, en Italia. Después volvieron a España y se instalaron en lo que hoy es el madrileño barrio de Tirso de Molina, pero la pequeña de sus hijos, María Clotilde, cayó enferma y su madre decidió cuidarla apoyada de sus padres, de nuevo a orillas del Mediterráneo. Él no tenía tiempo, precisamente, para dedicarle ese tiempo. Permaneció en Madrid. Y cuando no, iba y volvía con frecuencia. Los compromisos profesionales no hacían más que llamarle a la puerta. Pero finalmente ambos, juntos, regresaron a la capital y se instalaron en la calle Miguel Ángel. Allí fue donde ella tomó las riendas y se hizo cargo de las finanzas y de la agenda de él en su totalidad. De hecho, fue quién le consiguió y organizó su primera exposición individual en París.

Eres mi carne, mi vida y mi cerebro, llenas todo el vacío”

El éxito ya estaba en casa y, Clotilde Sorolla, como buena anfitriona lo recibía con ilusión, pero al mismo tiempo con anhelo. Al lado de Joaquín Sorolla siempre se había sentido pequeña, tanto que, en alguna ocasión y, aunque de manera sutil y comprensiva, manifestó la ausencia de él como figura paterna: “Yo comprendo que a un hombre como tú que antes de ser mi marido y ser padre es pintor, debe preferir el pintar a todo lo demás”. Por su parte, él nunca dejó de manifestar su cariño a Clota, como a él le gustaba llamarle: “Eres mi carne, mi vida y mi cerebro, llenas todo el vacío que mi vida de hombre sin afectos de padre y madre tenía antes de conocerte”.

clotilde joaquin sorolla
Clotilde y Joaquín Sorolla.

Después de Miguel Ángel ambos vivieron en El Pardo de manera temporal. Su primera hija tenía tuberculosis y este lugar era mucho más tranquilo para cuidarla, pero también fue un obstáculo para preparar la segunda exposición individual del pintor en Alemania. La muestra no tuvo ni una repercusión comparable a la que Clotilde le había organizado por primera vez, en Francia.

Entre idas y venidas, una nueva mudanza: a la calle General Martínez Campos 37, donde se encuentra hoy el museo que lleva el apellido del artista y que, precisamente, cedió Clotilde al Estado español, junto a todas sus obras, tras la muerte del pintor. Este adiós llegó, tras muchas otras exposiciones alrededor del mundo y otros cambios de residencia, por un derrame cerebral ocurrido después de una hemiplejia. Sin su compañero de vida, Clotilde continuó administrando su trabajo hasta 1929, cuando ella también falleció.

Clotilde Sorolla fue musa, pero también fue la mecenas de Sorolla. La mujer por el que él decía que respiraba cada día, la figura que le empujaba y le elevaba a otra esfera en la que poder seguir pintando. Dicen que la quería como nunca antes había querido a alguien: “Mi mayor gusto es estar siempre a tu lado, que no voy ni me gusta ir a ninguna parte si no es contigo y que en casa hasta me molesta que venga gente porque me privan de pasar la vida a tu lado en el estudio”.

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Paula Martins Quintero
Paula Martins es editora adjunta de Bamba | La Revista