Día Mundial de la Poesía: la belleza de la palabra como antídoto.

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Más de 20 años son los que han transcurrido desde que la UNESCO celebrara en 1999 en París, el primer Día Mundial de la Poesía. La capital francesa del amor sirvió de escenario de una gran oda al género literario que mejor interpreta la realidad jugando con la estética y la belleza más armónica de las palabras. Aunque su origen se remonta a mucho antes del año 2.600 a.C., cuando los jeroglíficos egipcios ya contaban con inscripciones poéticas, el término guarda sus raíces en el concepto griego de poiesis, que significa creación y producción.

 

Nací para nada o soldado,

y escogí lo difícil

-no ser apenas nada en el tablado-,

y sigo entre fusiles y pistolas

sin mancharme las manos

Gloria Fuertes

 

Comenzó como un ritual comunitario, sirvió de lenguaje entre pueblos y su expansión creció tanto que se convirtió en uno de los géneros literarios que más peso han logrado, incluso, a día de hoy. Más de dos décadas celebrando, por partida doble, el Día Mundial de la Poesía en el mismo aniversario del equinoccio en el hemisferio septentrional. Una bonita casualidad que ya se designa en el continente europeo como Primavera de los poetas y en América Latina como Común Presencia de los Poetas.

Bajo este amparo, esta tradición oral ha recogido la mayor enciclopedia de sentimientos y emociones jamás vista. Desde que en el medievo comenzó con las formas líricas cultas o populares, hasta en los periodos culturales del Renacimiento, del Barroco, del Neoclasicismo y del Romanticismo, cuando la soledad, los motivos sobrenaturales y el amor hicieron eco de la incertidumbre de sus autores. Fue, sin embargo, en el Modernismo y en las Vanguardias cuando la ruptura con los cánones interrumpió en el panorama y se construyeron los cimientos del puente transitorio que nos sitúa en la actual poesía contemporánea. Una poesía de gran carga reivindicativa que recupera el tono de los poetas de la Generación del 27, un legado al que, no muchos, pudieron pertenecer.

Como Lorca dijo una vez, la poesía es un arma cargada de futuro. Y no le faltaba razón. El paradigma más real: él mismo. El autor de Un poeta en Nueva York no cesó en su ambición y luchó, contra viento y marea, por tomar la palabra como filo de manifestación pública para la injusticia social. Pero Lorca, que también vivió sus desdichas por su condición sexual y una ideología política que lo arrastró hasta un trágico final, pudo -aunque no exento de polémicas- al menos, firmar sus poemas con su nombre. Hizo frente a la censura y a la opresión y fue un rebelde en tiempos de Guerra. Algo impensable, en cambio, para las mujeres.

Muchas de ellas se vieron obligadas a ocultar sus nombres bajo seudónimos masculinos para poder escribir. Retrocediendo capítulos en la historia y situando la trama en el siglo XIXI, si una destacó por reivindicar su papel en la sociedad a través de la ironía y del sarcasmo, esa fue Aurore Dupin, o más conocida como George Sand. Cambió su nombre literario y se enfundó en prendas de hombre para visualizar que, tan solo así, podría tener un hueco en la sociedad y alcanzar derechos y posibilidades en un mundo en el que, ser mujer, estaba relegado a las tareas domésticas.

“Me disgusta ser chica porque como tal he de comprender que no puedo ser hombre. En otras palabras, tengo que canalizar mis energías en la dirección y la fuerza de mi compañero. Mi único acto libre es elegir o rechazar a ese compañero.”

Sylvia Plath

Pero mucho antes de Sand, entre los “nueve poetas líricos” arcaicos ya se encontraba un nombre de mujer. Safo, fue una poetisa griega que consiguió hacerse hueco entre las masculinidades que imperaban en Grecia por aquel entonces. Su vida, tampoco se quedó libre de escándalos y decidió terminar con ella cuando un joven marinero, Faón, la rechazó.

Comenzaría así tan solo el inicio de una gran lista de mujeres poetas que decidieron poner fin a su vida angustiadas por motivos nativos en pretextos patriarcales.

El rechazo, la exigencia estética, la opresión o la desgracia de ser mujer en un mundo donde el papel protagonista pertenecía al hombre fueron tan solo algunas de las causas por los que, al igual que Safo, personalidades como Alejandra Pizarnik, Alfonsina Stormi o Sylvia Plath formaron parte de una amplia lista de mujeres que calificaron y dieron nombre a un grupo que, aunque se designa a hombres, estuvo protagonizado en mayor cifra por mujeres: “el club de las poetas suicidas”.

La misma soledad e invisibilidad social sintieron también una gran parte de aquellas que desafiaron las normas sociales y culturales de la España delos años 20 y 30. Las Sinsombrero fueron mujeres pintoras, novelistas, ilustradoras, escultoras, pensadoras y poetas vinculadas a la República que, a través de su arte y de la magia de sus palabras, rechazaron cualquier término excluyente a pesar de las normas sociales interpuestas. Entre estas valientes: Ernestina de Champourcín, María Teresa León, Concha Méndez,Maruja Mallo o María Zambrano.

Veinte años más tarde, en la década de los 50, en Estados Unidos apareció la generación Beat, un conjunto de hombres que escribieron sobre temáticas transgresoras poco comunes para una época que apenas acababa de atravesar la Segunda Guerra Mundial. Pero a este elenco de escritores varones, se sumaron también nombres de mujer como Elise Cowen o Joyce Johnson, que, aunque sus textos no vieron la luz en el momento, escribieron desde la invisibilidad de los ojos masculinos sobre temáticas tan poco comunes de la época como la espiritualidad, la filosofía, la reivindicación social y política y hasta sobre la menstruación y el aborto.

“Me atrevería a aventurar que Anónimo, que tantos poemas escribió sin firmarlos, era a menudo una mujer”

Virginia Woolf

 

La poesía como escudo, como altavoz social, como catalizador de emociones. Despropósitos en tinta que sirven como amplificador y herramienta que silba y vocea contra las injusticias sociales. La poesía como motor de emociones, espacio para el desahogo, cartas abiertas al mundo que hacen brotar sentimientos desde la máxima expresión de la hermosura de las palabras.

Ahora, desde otros ojos pero con la misma mirada, con el teclado en lugar de con la pluma, también se leen reclamos poéticos a voz de grito, frente a un público amplio y sin necesidad de mirar de reojo: Luna Miguel, Elena Medel, Miriam Castaño, Yolanda Castaño, Irene Domingo o Patricia Benito tan solo son algunas de las muchas mujeres que, no solo han mantenido en alza la devoción por la escritura sino que además la han potenciado y han puesto sobre la mesa debates sobre la mujer que buscan una manera diferente de pensar y estar en el mundo.

Hoy más que nunca celebramos este homenaje a uno de los géneros que ha recuperado muchos de los testimonios que no pudieron ser escuchados en su día. Celebramos también los que sí lo están siendo y aplaudimos a los que serán. Para que su número, crezca mucho más. Feliz Día de la Poesía.

 


 

PAULA MARTÍNS

Instagram: @paulamartinsq