Sylvia Plath: lo que nos revelan sus cartas
‘Las cartas de Sylvia Plath’ se publican por primera vez en España. Un primer volumen que recoge en un atractivo rosa millenial, las más de 200 cartas que la poeta escribió desde 1940-1951. Descubrimos a la Premio Pulitzer en plena adolescencia, determinada por vivir intensamente en el presente, desviviéndose por la aprobación de su madre y obsesionada con los baños calientes y el color rojo.
¿Puede una vida que comienza con tanto exceso de corazón terminar en tragedia sin que el hecho de esta última niegue la realidad de lo primero? Casi nada proyecta esta pregunta más agudamente que la pródiga, trágica e interrumpida vida de la escritora Sylvia Plath. Que varias emociones, creencias y estados de ánimo contradictorios coexistan dentro de una misma persona es algo que reta a nuestra establecida costumbre de etiquetar para comprender. Puede que intentar describir como era Sylvia, o pretender alcanzarla asuste. Un miedo ante la incapacidad de encajar todas las zonas y rincones que la conforman. Los claroscuros -palabra que utilizamos cuando los matices de la inabarcable personalidad de alguien nos abruma- en el caso de la Premio Pulitzer de Poesía no se trata de un recurso fácil. Las mil y una caras de Sylvia Plath que hemos ido esbozando a través de su prolífica obra en vida y póstuma, nos dejan con todas las matriuskas desperdigadas, sin poder formar una figura completa.
Por si teníamos poco, sus cartas llegan por primera vez en España de la mano de Tres Hermanas, una editorial que ya con los Diarios de Virginia Woolf ha logrado posicionarse como rescatadora de tesoros escondidos. Un primer volumen que recoge, en un atractivo rosa millenial, las más de 200 cartas que la poeta escribió desde 1940-1951. Un libro en el que, adelantamos, no nos trasmite sensación alguna de estar adentrándose en esa cámara obscura autodestructiva de la escritora. Más de 50 años después de su muerte, todavía estamos conociéndola. Las palabras de Plath la dibujan extrovertida, extremadamente organizada, algo vanidosa y sorprendentemente segura de su talento. Algo que contrasta vigorosamente con su retrato de mártir literario femenino. Con el privilegio de acceder a sus textos sin recortes, el gran descubrimiento de estas Cartas es quitar el polvo a una Sylvia luminosa, perspicaz, astuta y mordaz que ya gracias a sus Diarios Completos intuíamos estaba ahí, con sus contrastes y alusiones a la muerte, pero también a la vida. La cara luminosa de Sylvia sólo puede mostrarse a través de ella misma.
Por eso avisamos a los que buscan encontrar los reflejos de una vida de tormentos y martirios, no lo hallarán en este testimonio epistolar. Por el contrario, toparán de frente con “Syvvy”, “Sylvy” o “Sherry”, como prefieras llamarla. “Una contrita, aunque optimista de algún modo” así es como firmaba cariñosamente sus epístolas la poeta maldita por excelencia. La Sylvia de 9 años nos habla inocente desde el campamento de verano mientras que la de 19 se pregunta qué camino tomará su vida, si vivirá sus días en secuencia normal o si la tierra seguirá ahí para siempre. Hay mucho en las firmas de Sylvia. Son como pequeños epílogos que funcionan como pistas de lo que se esconde detrás de la apariencia responsable que se esfuerza por mostrar. “Soy vertical, pero también horizontal” como escribía en su premiada Ariel.
No hay que perder de vista que este gran volumen de Cartas está dirigido a su madre con quien mantenía una relación dependiente y a quien está claro deseaba impresionar. Llega a mandarle hasta tres cartas al día en las que cuenta al detalle lo que come, cómo se viste, el céntimo que ahorra y sus sobresalientes. Su personalidad jovial es algo que suele pasarse por alto. Como escribe Luna Miguel, en el prólogo de su biografía Magia Cruda (Barlin, 2017), “parece que aunar en el mismo texto el nombre de Plath y felicidad sea imposible”. Su simple mención nos recuerda inevitablemente a la depresión, la locura y la muerte . Es complicado separar la abrumadora obra de la poeta con su trágico suicidio con apenas 30 años, y aún así como describía Hugues “hay algo muy vital en ella, es la vida misma”. Plath saboreaba la vida intensamente, y estos Cartas son la prueba de ello.
“En este momento estoy muy feliz, sentada en mi escritorio, mirando los árboles desnudos alrededor de la casa de enfrente… Siempre quiero observadora. Quiero que la vida me afecte profundamente”.
Los secretos de Sylvia Plath
Sylvia prefería racionar tanto su información como el arte. No entregar todo de una, tampoco el dinero. Contaba y ahorraba hasta el último penique y aunque caprichosa sabía controlarse. Descubrimos en qué se gasta su primer sueldo como escritora cuando la revista Monitor le envía un cheque de 15 dólares no duda en que lo disfrutará yendo a por “un precioso par de zapatillas de cuero rojo para combinarlas con un bolso a juego, y un pintalabios rojo”. Ya en sus Diarios cita el color rojo más de cien veces. Una obsesión cromática que también trasladó a su poesía: usó el color rojo veintidós ocasiones.
Tampoco disimula su intensa ambición como escritora. Incluso se jacta de ella. Las ideas la desbordan y le falta tiempo para todos los poemas que necesita escribir “antes de que Shakespeare se le adelante”. Tampoco encuentra horas para leer todo lo que necesita. La república de Platón, Agamenón de Esquilo, La tierra baldía de T.S Eliot o Doctor Fausto de Thomas Mann, uno de sus escritores de cabecera a quién diseccionó en más de un ensayo. Todo en ella da hambre. Ávida de tiempo, ansia de metas, de vida, y prisa por coger todos los trenes.
Sus pasos nunca fueron improvisados. Una de sus ambiciones era escribir para la revista Madmoiselle, que más tarde inspiraría su primera novela La campana de Cristal. Descubrimos que en sus primeros años de Universidad ya estaba emocionada con conseguir una beca en la revista. Sin embargo, esperó el momento adecuado para mandar su ensayo que sí le aseguró una plaza en la publicación de moda y una estancia en Nueva York.
Plath se deleita escribiendo sobre la calma psicológica de un baño caliente, una terapia adictiva que también saborea Esther Greenwood, su alter-ego en el libro La campana de cristal. Una Plath optimista afirmaba que hay muy pocas cosas que un baño caliente no sane, pero no las conoce. “Debe haber bastantes cosas que un baño caliente no cure, pero no conozco muchas de ellas. Siempre que estoy triste, voy a morir, o tan nerviosa que no puedo dormir, o enamorada de alguien a quien no veré durante una semana, me desplomo hasta el momento y luego digo que iré a tomar un baño caliente”.
Un preludio de la Plath de lo que llegaría después, ya casada con Ted Hughes y se entregada al papel diosa doméstica es su ímpetu por la comida. Plath no comía, engullía. El enorme apetito de Plath y el disfrute son evidentes en sus sensuales descripciones de comidas que a veces se parecen a la poesía por su voluptuosa apreciación de las texturas, formas, colores y sabores con los que se deleita. Si quisiéramos podríamos seguir la dieta Plath por la escrupulosidad con la que enumera sus desayunos, meriendas y tentempiés.” La chica de los bocadillos hasta arriba” es una de las descripciones de sus compañeros de instituto en el anuario. También sonrisa cálida, trabajadora energética, excelente pianista o futura escritora.
“Nada es real excepto el presente, y ya siento el peso de los siglos asfixiándome. Alguna chica hace cien años vivió una vez como yo. Y está muerta. Yo soy el presente, pero sé que yo también pasaré. Y no quiero morir”.
A través de estas Cartas disfrutamos de una Sylvia sin la sombra de Ted Hughes. Terminan justo en el límite, tres años después lo conocerá en un encuentro poético y ya será difícil encontrar un texto en el que no sobrevuele el paraguas del escritor. Si se puede amar demasiado ella lo hizo y ya sabemos lo que ocurrió después. El 11 de febrero casi de madrugada, ya separada y desgastada tras una relación emocionalmente destructiva con el poeta, quiso desaparecer por tercera vez y a la vencida lo logró. Como todo lo que se había propuesto.
Un lunes 29 de octubre desde la Universidad De Indiana, tras valorar exhaustivamente si debía salir con el alumno de Yale y enorgullecerse porque a los de la redacción de Press Board les había entusiasmado su último artículo, se despide de su madre con un dibujo de flores y una tumba con el epitafio: “La vida, mientras ha durado, ha sido un infierno de lo más divertido. Tu frenética Syvvy”.
Por | Raquel Bada