Nunca fueron buenos tiempos para las brujas, pero menos aún lo fueron a partir del Renacimiento. Dos inquisidores alemanes, Heinrich Kramer y Jacob Sprenger tuvieron parte de culpa. Fue en el año 1487 cuando su obra Malleus Maleficarum (El martillo de las brujas) se convirtió en uno de los mayores tratados de persecución y brujería. Se difundió por toda Europa y tanta fue su repercusión que incluso parte de la Iglesia lo rechazó públicamente.
En sus páginas: una guía completa para identificar, perseguir, juzgar y exterminar a todas aquellas mujeres que se dedicaran a ese nuevo oficio que nació de la misoginia, llamado brujería. Sacerdotes, jueces, magistrados e intelectuales del momento tomaron El martillo de las brujas como una Biblia y fue, entonces, a partir de este contagio cuando la histeria de la cacería y persecución de brujas logró mayor auge. Los números no se pueden contabilizar, pero se estima que más de 50 mil mujeres fueron quemadas tan solo en el continente europeo. Otras muchas, de las que es imposible guardar recuento, se suicidaron, fueron torturadas o desterradas por su condición de bruja, o lo que es lo mismo: por su condición de mujer.
La cacería de brujas fue un suceso relegado al olvido que forma parte de la historia y que subrayó, especialmente, los siglos XVI y XVII, llegando incluso a cometer sus últimos -o conocidos- crímenes en el siglo XVIII. Y al contrario de lo que se piensa, fueron los tribunales civiles los que mayoritariamente las juzgaron, y no la Iglesia.
Las razones no son difíciles de entender si repasamos la historia de la condición femenina. En un pasado en el que las mujeres no tenían acceso a los estudios, pero que se interesaron por el universo de la medicina y de la enfermería, la transmisión oral de los conocimientos adquiridos era condena. O bien perdías tu identidad y carecías de nombre o bien eras perseguida con un objetivo que probablemente fuera poco ético. En el segundo grupo algo queda claro: ser mística, visionaria, curandera o tener la capacidad de poseer una sabiduría diferente que no procediera de los estudios y que viajara más allá del cuidado del hogar y de la reproducción era una amenaza. Más aún si este conocimiento guardaba relación con el misticismo y la espiritualidad, algo que se escapaba del imaginario, excepto para los magos (en masculino).
Echando la vista atrás y explorando el término bruja encontramos además que etimológicamente en todos los idiomas esta palabra deriva del significado de “mujer sabia”. Y si brujas había en todas las sociedades, obviamente, mujeres sabias también. Así, una vez más se confirma la regla: la sabiduría femenina era maldad y, la maldad, debía ser castigada. Cualquiera que defendiera esa maldad estaba pues, bajo los efectos de un embrujo. O bruja o embrujada. Ellas ni podían defenderse ni nadie más podría hacerlo. La palabra del inquisidor era la única voz fiable.
Existía una creencia popular folclórica de que las brujas hacían magia con sus seres cercanos y que eran adoradoras del diablo. Porque tipologías de brujas había muchas. Algunas se dedicaban a transmitir su conocimiento con rituales novedosos y, otras, afirmaban esta sentencia confesando sentir admiración profunda con el demonio. Si además hubo una región donde las leyes atacaron duramente a esta comunidad ésa fue Escocia que, con la Ley de Brujería que duró desde el 1567 hasta el 1736 se llegó a ejecutar a casi cuatro mil mujeres.
Las brujas de Kronborg y North Berwick, el temor de Jacobo I
El caso de las brujas de North Berwick fue uno de los procesos judiciales más sonados de la historia. En Reino Unido, la primera figura en condenar la brujería fue Enrique VIII que, seguido de Isabel I en 1563 y, después, de Jacobo I, trazaron las líneas generales contra cualquier tipología de hechicería. El último de ellos, Jacobo I de Reino Unido, tras pensar que las brujas de Berwick habían lanzado un conjuro de tormentas sobre un barco al que se subió con la reina Ana, decidió atacarlas. Durante su estancia en la embarcación, el matrimonio había vivido una jornada en la que ningún marinero pudo controlar la tormenta, por lo que se pensó que había sido creada de manera artificial. Tras una vida de altibajos, grandes enemigos y una estancia larga en Dinamarca -que era otro de los países que condenaban duramente a las brujas-, Jacobo achacó el suceso a este grupo de mujeres. Guiado por el temor del diablo, decidió terminar con los que, supuestamente, eran sus súbditos. Por supuesto, las mujeres, como buen caballero, siempre primero.
Anna Koldings
El suceso de la tormenta del barco fue en un primer momento atribuido por las autoridades al estadista y terrateniente danés Christoffer Valkendorff, quien fue acusado de haber equipado mal la flota. Frente a estas acusaciones, Valkendorff declaró que el peligroso acontecimiento había sido arte de magia, producido por un grupo de brujas que capitaneaba una mujer, Karen Vaevers, -conocida como Karen La Tejedora- en su casa.
Karen, que fue arrestada un mes de julio, admitió haber organizado el embrujo junto a otras mujeres, como Anna Koldings, a quien denominaban “la madre del diablo”. Decían de ella que era una bruja peligrosa y, cuando fue encarcelada en prisión y tras ser sometida a diferentes técnicas de tortura y presión, confesó a sus compañeros de la cárcel haber sido parte del conjuro de la flota en casa de Karen, junto a otras cinco mujeres que citó en su confesión. Koldings fue mostrada desde su celda a todos los visitantes de la cárcel, objetivizada como un parque de atracciones o un museo. A partir de ahí todo comenzó a ser un entramado de acusaciones y nombres que llevaron a Jacobo I a establecer su propio tribunal.
Entre los nombres que Koldings confesó se encontraba la mujer del alcalde Helsingor, Malin y también Margrethe Jakob Skrivers, ambas detenidas. Tanto Koldings como otras doce mujeres fueron quemadas en la hoguera, en Kronborg en Copenhague durante este juicio.
Agnes Sampson
También Agnes Sampson fue quemada viva, concretamente un 28 de enero de 1591 en el patíbulo en Castle Hill. Es uno de los 70 nombres más destacados de las acusadas por los juicios por brujería de Berwick, que comenzaron a llevarse a cabo en Escocia paralelamente a los de Dinamarca.
Agnes Sampson era una curandera mayor reconocida que usaba magia curativa para sanar a sus pacientes. Fue detenida e interrogada por el propio Jacobo I y, aunque en las primeras declaraciones negó mantener relación con el diablo, a raíz de las torturas y de la privación del sueño a la que fue sometida sí que terminó confesando detalles y declaraciones que despertaron las sospechas que podrían ser sospechas ante un posible pacto con el diablo. Jacobo I nunca estuvo convencido de la culpa de de Sampson, pero tras un largo entramado de prácticas horripilantes y tortura y, tras escuchar confesiones que parecían demostrar un don o poder sobrenatural de la supuesta bruja, se redactaron 53 puntos de acusación para poner fin con su vida.
Geilis Duncan
A Agnes la acusó Geilis Duncan, una de las 70 mujeres de estos juicios. Es conocida ahora por ser una de las protagonistas de la serie Outlander. Su historia fue real. Era una sirvienta adolescente de David Seaton cuando fue juzgada por hechicería en los juicios de Berwick. Decían que tenía la marca del diablo en el cuello, que hacía brujería y que participaba en aquelarres. Ante las torturas confesó ser bruja, retiró su testimonio y, en vano, terminó siendo asesinada. Lo mismo sucedió con Bessie Thompson, otra de las que se guarda registro y con otras como Alanis Muir o Barbara Napier. Esta última acusada de llevar a la muerte a Archibald Douglas, octavo conde de Angus.
El miedo al poder de Satanás y la obsesión con radicar el mal solo en las mujeres llevaron a crear leyes y tratados contra la brujería y a convertir esta tendencia en una epidemia que se extendió en todo el mundo. Tan solo en Escocia se calcula que casi cuatro mil mujeres fueron quemadas vivas por hechicería y más de 50 mil en Europa. Se establecieron lugares con estacas para hacerlo de modo individual e, incluso, también en masa.
Ahora que 400 años más tarde Escocia ha pedido perdón por estos acontecimientos, repasamos algunas de las historias más conocidas de este terrible suceso. Ni siquiera hoy en día las brujas están valoradas profesionalmente y, todavía, el espiritismo y lo esotérico despierta temor.
En el diccionario de a Real Academia Española, entre los significados del término todavía siguen estando algunas definiciones como “persona a la que se le atribuyen poderes mágicos obtenidos del diablo.”, “en los cuentos infantiles o relatos folclóricos, es una mujer fea y malvada con poderes mágicos y que, generalmente, puede volar montada en una escoba”, “Mujer que parece sentir lo que va a suceder” o “Mujer de aspecto repulsivo. Mujer malvada”.