Por qué salvamos a Plath y quemamos a Assia Wevill. Sin necrológica, traicionada, y con dos cartas de despedida, sobrevivió como un susurro inaudible entre algunos como la amante de Ted Hughes.
En toda narración existe un ángulo opuesto a lo veraz, una verdad amarga que desmiente lo que suponemos, en un principio, como una historia incuestionable. En ocasiones se ha representado como una voz disidente, o un nombre perdido entre las páginas de un viejo libro, o una sencilla anécdota en una conversación íntima, pero todas han servido para crear una sutil fisura en una idea que permanecía atrapada en alguna parte de nuestra mente. La primera vez que leí el nombre Assia Wevill fue en la biografía que Janet Malcolm escribió sobre Hughes y Plath, The silent woman, su nombre reverberaría algunos meses como una insondable incógnita. No había demasiado rastro de su vida en internet. Los pocos artículos en la red enmascaraban una aversión hacia su personaje, el mismo que ellos se encargarían de caricaturizar durante años.
Con respeto a su vida biográfica-fragmentada, Assia Esther Gutmann Wevill nace en Alemania, hija de padre judío ruso y de madre luterana alemana, en 1927. Era una mujer cosmopolita, culta y elegante. En sus últimas décadas se había abierto paso por el mundo cruel de la publicidad de Londres de la década de los sesenta como redactora publicista, y también como traductora literaria. A decir verdad un crítico de poesía de The Guardian elogiaría efusivamente la poesía que Wevill había traducido del hebreo al inglés del poeta israelí Yehuda Amichai. Su escritura se vería radicalmente influenciada por el famoso grupo de debate de poesía The Group, en el que asistiría acompañada de David Wevill, su tercer marido, y en el que encontrarían a unos iguales intelectuales que inducirían a los dos jóvenes a escribir poemas, mientras leían y traducían obras clásicas, desde Atmátova, Dostoyevski hasta nuestro querido Federico García Lorca en su tiempo libre. No solo escribirá y dirigirá una obra de teatro hebrea, Last Game de Eda Zoritte-Megged, para televisión, sino también escribirá un anuncio de noventa segundos, Sea Witch (1965), gracias a su precisión a la hora de elegir las palabras adecuadas y la elección fastuosa de temas que la aventará a un breve reconocimiento en la industria publicitaria como The Sea Witch Lady.
Nadie había protegido del libelo infamatorio a Assia Wevill, ni la propia academia, ni Ted Hughes, ni los medios de comunicación más progresistas, ni tan siquiera los propios biógrafos de Plath.
Además, colaborará públicamente como mecanógrafa y traductora con Hughes en la lectura de los poemas de Amichai en la BBC. Ilustrará poemas, pintará cuadros y escribirá largas entradas de diarios interrogándose a sí misma sobre la belleza, la muerte, la violencia o el sexo, sus viajes o cuestionando las estructuras sexistas y las categorías que limitaban a una mujer en ese entonces, o incluso de su papel como madre.

Tras leerse toda la retahíla periodística que había sobre los acontecimientos que rodearon su vida nadie perdonaría a Assia Wevill; nadie perdonaría unos hechos así en su sano juicio, sin embargo, quizás había más hilos de los que estirar en aquella historia, y quizás estuve estirando de los hilos equivocados durante mucho tiempo hasta que estiré del correcto. Cuando uno muere, se es incapaz de proteger a sí mismo. Carecemos de recursos legales. El brazo de la ley nos deja a merced de cualquiera con cierta indiferencia. Esas palabras de Malcolm también reverberarían en mi cabeza durante aquellos meses.
Nadie había protegido del libelo infamatorio a Assia Wevill, ni la propia academia, ni Ted Hughes, ni los medios de comunicación más progresistas, ni tan siquiera los propios biógrafos de Plath. Con respeto a un juicio justo sobre Wevill tendríamos que esperar hasta la publicación de Lover of Unreason: Assia Wevill (2004), la primera biografía que escribirían Yehuda Koren y Eilat Negev, escritores y periodistas israelíes, que empezarían a reunir testimonios, correspondencias y entradas de un diario a finales de los ochenta, tras encontrarse su nombre en un poema titulado La muerte de Assia G. de Yehuda Amijai (La «G» correspondía a Gutmann, su apellido de soltera). Kohen y Negev no solo evidenciarían la necesidad de prestar atención a los personajes secundarios de las tramas principales, sino que impulsarían nuevas miradas que pondrían en relieve las figuras canonizadas que ocupaban Plath y Hughes en el mundo británico y estadounidense. Esa idea se vería reforzada a través de la conocida biografía escrita por Julie Goodspeed-Chadwick, Reclaiming Assia Wevill: Sylvia Plath, Ted Hughes, and the Literary Imagination (2017), coeditora junto a Peter K Steinberg, de The Collected Writings of Assia Wevill (2020), un libro publicado recientemente que contiene toda la obra literaria de Wevill, y que ayudará, sin duda, a crear nuevos marcos teóricos, nuevas rutas geográficas y distintas configuraciones en sus próximas biografías.
Un diario rojo, sus poemas, sus traducciones, una gran cantidad de cartas, dibujos y muchos más enseres también resistirían a un naufragio tras meses de búsqueda
Conviene destacar que las formas de erudición en las que se abordó a Assia Wevill fueron totalmente estériles y monolíticas con el fin de hacer encajar al personaje en un guion concreto, en un único modelo de razón. Se le usurpó toda posibilidad de identidad, si es que es posible decirlo así, dado que, en este caso, no podría afirmarse su identidad en términos estáticos, sino más bien en una multiplicidad de identidades en relación con el otro: sus identidades cambiaban según la ubicación dentro de sus propias redes. En cuanto a su legado se redujo a un papel secundario, intrascendente, envuelto en un halo de perversidad, despojándola de su condición como víctima, o de su propia capacidad creativa o, incluso, como escritora, publicista o traductora. Convirtieron su figura en un sujeto inmóvil, sin personalidad, una figura predestinada y culpable de su propia tragedia, artefacto de una ideología misógina que se siguió perpetuando desde las grandes esferas académicas. Un chivo expiatorio que se utilizaría hasta principios de siglo.
Sin necrológica, traicionada, y con dos cartas de despedida, sobrevivió como un susurro inaudible entre algunos de sus íntimos. Aunque su nombre no sería lo único que sobreviviría de ella. Un diario rojo, sus poemas, sus traducciones, una gran cantidad de cartas, dibujos y muchos más enseres también resistirían a un naufragio tras meses de búsqueda. Aquí yace una amante de la sinrazón, y una exiliada, exigirá como epitafio en un previo testamento. Hughes no cumplirá su última voluntad e incinerará el cuerpo de Wevill y su hija Shura Hughes. En una carta de 1964 de Wevill a Hughes le escribirá, Mi futuro estará en blanco contigo. Y no se equivocará. Le hará desaparecer completamente de la vida pública y la vida literaria británica. Silenciándola. Marginándola a un veto ilícito por su propio duelo.
«Era una criatura mítica, que salía de la nada y se desvanecía en el aire cuando intentabas tocarla», atestiguó Mira Hammermesh, amiga de Assia Wevill, y a decir verdad, estaba en lo cierto. Wevill nunca se arraigaría en ningún lugar más que en sí misma, y poco después, en su única hija. Viviría en la pausa entre un dolor y el otro hasta el final de sus días.
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