Clara Obligado: el idioma inestable

Clara Obligado Clara Obligado

 

Clara Obligado: el idioma inestable

—Ahora no me entienden, pero ya me van a entender.

Las que no entendían eran la escritora Clara Obligado y su hermana que, cuando todavía vivían en Buenos Aires, de niñas, un día se despertaron y se encontraron con una desconocida sentada a los pies de la cama. La persona a la que no se entendía era Missis Tanasescu, una mujer vestida con “traje sastre oscuro, sombrerito ladeado, el pelo tirante preso en un moño y guantes de cabritilla”. Una especie de Mary Poppins que había adoptado el papel de institutriz forzosamente, tras haber estado en un campo de concentración comunista en Rumanía por haber sido partidaria de los nazis, aunque en realidad era filóloga.

La personalidad y la biografía de Missis Tanasescu y las historias que, en su papel de ‘profesora-nanny’, contaba en inglés a dos niñas que hablaban español fueron el primer contacto de Clara Obligado con el hecho de que “la literatura es, siempre, traducción de palabras y de mundos, que las contradicciones existen y que es muy duro vivir lejos de casa”. Este es el aprendizaje que narra en ‘Una casa lejos de casa. La escritura extranjera’ (Ediciones Contrabando) la autora que encontró su casa lejos de casa en España, donde se exilió en 1976 ante el ascenso al poder de la dictadura militar en Argentina y donde todavía reside.

Su primer hogar, el argentino, se escribió en varios idiomas: el inglés de los cuentos de la institutriz, el francés de la escuela y de los comentarios políticos en la mesa familiar, el guaraní de las criadas. Un Buenos Aires que era “una ciudad de inmigrantes, tejida por viajes, pobreza, exilios, idiomas y acentos que se entrechocan como espadas”. En el colegio francés, cuando contestaba a los maestros en el inglés de las historias, “la lengua del afecto se desmoronaba”. Fue la primera experiencia con la traducción.

Luego, los libros. Los de Celia, de Elena Fortún, que leyó en Buenos Aires cuando no podían encontrarse en España por la censura franquista. Con ellos, Obligado empezó a traducir “del castellano al castellano”: del español de la península a su lengua hermana en argentina. También, una colección de la editorial Austral: “la propuesta de una lectura mestiza en la que era igual de dónde viniera el autor, actuaba como una gran casa que nos abarcaba a todos”. Con ella, descubrió que “leer en otros castellanos era apropiarse de ellos”, participó de una “lectura sin prejuicios en la que nadie se había apropiado del idioma”.

“Poder nombrar”

Clara Obligado se exilió a una Madrid que estrenaba su historia post-franquista en 1976, ante el auge al poder de la dictadura militar en su Argentina natal. La sociedad española veía, leía y escuchaba por primera vez tras el franquismo cosas que ella ya había visto, leído y escuchado en su país, que había recibido a artistas exiliados por la dictadura. Como en un “reestreno”: “Vi editar por primera vez las poesías completas de Miguel Hernández, estrenar ‘Viridiana’, que había visto en un cine estudio de Buenos Aires, ‘Canciones para después de una guerra’ (…) Vi regresar a Alberti seguido por una maltrecha Teresa León, cuyos cuentos había leído en Argentina. En uno y otro sentido, nos cruzábamos sobre el mar, los que llegábamos al exilio con los españoles que regresaban de él, Ayala, Zambrano, Gila”. 

Clara Obligado el idioma inestable
Una casa lejos de casa, Clara Obligado. Contrabando Editorial.

En España, la búsqueda de una lengua propia, que no la expulse, se convierte en una consecuencia del exilio. Lo primero, asegura, es “poder nombrar”, poner nombre al desplazamiento, porque “cada estado tiene que tener su nombre”. Clara Obligado tarda treinta años en poder narrar el exilio, “una vida que apenas si lograba mantenerse en pie”, pero escribe, mientras, ficción, guiones, relatos. 

Y, según pasan los años, “las puertas permanecían cerradas” en su casa natal. Empieza, con el tiempo, un proceso de asimilación del nuevo país, un recorrido que, para la autora, pasa por la lengua, por “crear un puente de palabras” para “contar el lugar que ya nunca se volverá a tener” y poder vivir libre de la condición de exiliada.

En algunos de sus compatriotas expatriados detecta algo parecido a una “sumisión” del lenguaje. “Forzaban la marcha y camuflaban el origen, imitaban sonidos sin entender lo compleja que es la modificación personal que lleva de un «vos» a un «tú». Imitar. Suponer que en los disfraces está la clave”. Otros, en cambio, “retrocedían, se atornillaban en un habla localista y coloquial” que probablemente nunca habían utilizado en Argentina. 

“Lo central y el extrarradio”

El exiliado está en tierra de nadie. Cuando, años después, terminó la dictadura en Argentina, pero Clara Obligado decidió no volver, “se sucedían las presiones desde la otra orilla y la sensación de culpa flotaba más o menos en todos los discursos. Culpa por no haber muerto, por haberme ido, por tomarme un tiempo para pensar, por no querer volver. Culpa por utilizar palabras españolas, o por no haber superado los argentinismos, culpa por el intento de ser feliz”. El escritor exiliado, además, está en una tierra de nadie lingüística: “¿Qué hacer con una escritora que había empezado a escribir en España, y cuyas influencias poco tenían que ver con la península? ¿Qué, si tampoco se la podía encapsular en la literatura argentina?”

España, descubrió la autora, “consideraba como eje su propio castellano”: “Por ejemplo, si nos asomamos al diccionario, veremos que, mientras algunas palabras se consideran «americanismos», no hay ninguna que se considere un «españolismo». Lo central y el extrarradio”. La traducción del castellano al castellano, del “vos” al “tú”, no es igual a ninguna otra traducción de una lengua a otra. “Si se escribe en otra lengua, nuestro idioma natal permanece cobijado por el paraguas del afecto, ovillado en un rincón. Si se traduce, en cambio, del castellano peninsular a cualquier otro castellano, el idioma natal choca, se tensiona, se disuelve”. De pronto, hay “tiernas palabras”, palabras-casa, que “había que matar, porque acá, o aquí, no querían decir nada: canchero, chupetín, escuerzo, tero”.

“Desplazar el idioma, convertirlo en un problema. Traducirlo. Prolijo quería decir detallado, y no ordenado, polla no era ni una gallina pequeña ni la lotería, pararse era detenerse, y no ponerse de pie”. La lengua propia de la autora, de los autores, “colapsa y tiende a desaparecer” ante “una lengua más fuerte” y, ante un mercado editorial “que no suele aceptar otras variaciones que las que incluyen cierto aire de exotismo latinoamericano”. Una casa lejos de casa. Que tu casa no sea tu casa. “Nunca pensé que alguien pudiera tener un idioma en propiedad. Nunca pensé que podía ser extranjera en mi propio idioma”.

Ante la extrañeza de la propia casa, de la propia lengua, Clara Obligado abraza su condición de extranjera, que le permite definirse y jugar con el idioma, dejar que cobre vida, que sea mestizo: “Aunque mi sintaxis y mi semántica son españolas, mi acento es argentino. Lo es también la música de lo que escribo (…) Es como si padeciera bilingüismo simultáneo e incontrolable donde un país se solapa con el otro, y donde lo híbrido es matiz, riqueza”. Ese reconocimiento de extranjería le permite también abrir la mirada hacia la literatura más allá de las clasificaciones por nacionalidad, definirse sin un país de origen. “¿De dónde te sientes? Y cuando respondo que me siento extranjera me miran con lástima, quieren consolarme y me ofrecen su país. No entienden que ese gesto de amabilidad violenta mi decisión, que me he liberado del peso de la tierra”.

Desde su condición de desclasificada, de extranjera, de mestiza, Clara Obligado abraza una lengua mixta, viva, que le permite traducirse a sí misma, escoger y pensar lo que escribe: “Solo puedo escribir en este castellano que me han prestado. La distancia que establece con respecto a mi castellano natal me resulta cómoda, esta suerte de traducción que me aleja, de alguna manera, de mis emociones, me ayuda a reflexionar. Es como si estuviera sumergida en una versión subtitulada”. Desde su casa lejos de casa, desde el Barrio de las Letras madrileño, donde vive cerca de donde habitó esa Elena Fortún a la que leyó traducida a su propio español, para la autora ya es natural “tener, para siempre, un idioma inestable”. “Hablar al mismo tiempo en dos idiomas, superponerlos y tejer códigos secretos. Sumar”. 

Texto | Marta Rojo

Fotografía | Manuel Yllera