La Familia (Anagrama, 2022) es una novela que se lee con la misma facilidad con la que los detalles del día a día pueden pasar desapercibidos. La miopía de su autora, Sara Mesa, siempre la ha llevado a mirarlos con lupa y, con un poco más de perspectiva, construir ‘ficciones’ en las que realidades cuestionables, o más bien incuestionables, se convierten en norma.
Abrir su último libro suena como el chirrido agudo de la puerta de una casa cuyo salón no está presidido por una televisión, sino por un retrato de Gandhi. Una casa que se sostiene sobre una familia numerosa cuyos miembros se han visto obligados a desarrollar mecanismos para ocultar y, como afirma la escritora: “lo harán toda su vida, incluso cuando ya no sea necesario”. Una casa de la que formarás parte 224 páginas. Quizá mires con sorpresa lo que acontece o te identifiques con alguna de las voces de esta novela coral. Quizá ya hayas estado dentro.

En La Familia planteas que la institución familiar no tiene por qué ser algo necesariamente positivo para los miembros que la integran. ¿Qué es para ti la “institución familiar” y qué concepción social crees que debería tener?
Cuanto más lo pienso, y a pesar de que me han preguntado mucho sobre esto, más cuenta me doy de que mi libro no va exactamente sobre la institución familiar y, desde luego, poco importa mi opinión sobre esta institución, una opinión que además no puedo dar porque hay multitud de matices. La familia se titula así porque el lugar donde ocurre la historia es el seno de una familia concreta, pero lo que yo exploro ahí son los abusos y el reparto de poder en un grupo humano reducido, la falta de libertad, el autoritarismo y la obediencia. Temas que están en casi todos mis libros. Por otro lado, creo que de una novela no se puede extraer una consigna ideológica. Las novelas no son ensayos. Al menos las mías no lo son.
Tu historia parte de un padre autoritario y una madre sumisa. Ambos se escudan en su rol para seguir adelante lo que, a su vez, influye de forma inevitable en sus hijos. ¿Padre y Madre se miran a sí mismos?, ¿tienen autoconciencia de las trampas que se crean con su propia actitud?
Todos tenemos una gran capacidad de autoengaño, Padre y Madre también la tienen, ellos justifican sus actitudes por la búsqueda de un supuesto bien familiar. Pero en el libro hay momentos donde se percibe la existencia de grietas en este convencimiento, en especial cuando los dos van envejeciendo y pierden poder sobre sus hijos. También en la escena que aparece en el capítulo “La rendijita” podemos asistir a un momento de debilidad y autoconciencia del Padre.
La casa es una mezcla de fragilidad y obstinación. Es de cartón pero no tiene ventanas y se dispone a remar, lo que significará su destrucción”
¿Es la propia casa una metáfora de tus personajes? De puertas para fuera “no hay secretos”, sin embargo, todos tienen algo que ocultar dentro.
La casa es la representación del encierro (a los hijos no se les permite jugar fuera y, de mayores, se les restringe mucho su vida social), también el lugar donde las reglas son diferentes a las del mundo exterior. La opacidad: nadie sabe lo que pasa detrás de esos muros. La ilustración de cubierta, que hizo Isidro Ferrer tras leer el libro, representa bastante bien todo esto: la casa es una mezcla de fragilidad y obstinación. Es de cartón pero no tiene ventanas y se dispone a remar, lo que significará su destrucción.
La falsa ONG de Padre para recaudar fondos o la cleptomanía de la hermana mayor, Rosa. Todos los personajes encubren algo de diferente naturaleza. ¿Es la mentira una herramienta para adaptarse a las convenciones sociales?
En el caso de esta familia sí. Mienten para construir una imagen de sí mismos que sea aceptada por los demás. Mienten por vergüenza, por miedo al rechazo social. Eso les lleva a mantener dobles vidas: Padre y Rosa por supuesto, pero también los otros, como Madre (que cuando no está Padre delante se comporta de otra forma) y Damián (que esconde sus comics o es incapaz de admitir que ha dejado su carrera). A mí el asunto de la doble vida siempre me ha interesado. Aparece en otros libros míos, en Cara de pan (Anagrama, 2018) y Cicatriz (Anagrama, 2015), por ejemplo.
La mirada externa era fundamental en esta historia poliédrica, no solo porque ofrece otras perspectivas, sino sobre todo porque demuestra lo difícil que es enjuiciar las realidades que no se conocen bien”
Los hijos desarrollan personalidades muy diferentes pese a haber sido educados bajo las mismas normas. Mientras que Damián, el hermano mayor, parece un chico un tanto inseguro; Aquilino, el más pequeño, es un niño con mucha picardía. ¿En qué te inspiraste para construir sus historias individuales más allá de la que tienen en común por compartir techo?
Yo siempre me inspiro en la realidad, en la observación de lo que me rodea. No creo en el determinismo, porque es cierto que ante las mismas circunstancias distintas personas actuamos de manera diferente. Sí creo que el entorno influye mucho en la personalidad, en especial en la infancia, pero esto es algo ya más que demostrado. Así que somos una mezcla de ambas cosas. Aquilino tiene una personalidad más fuerte y fría, por eso es capaz de salir adelante, mientras que Damián es mucho más sensible y vulnerable. Pero hay que tener en cuenta otras cosas, como la condena de la primogenitura, que también se aborda en el libro: Damián es el mayor, tiene el mismo nombre del padre, cuando él nació su madre entró en depresión, se espera de él mucho más de lo que es capaz de dar, etc.
Martina, la hija menor adoptada, es un personaje que ofrece al lector una perspectiva fresca sobre la familia. Esa mirada “externa” también aparece en forma de juicios, cuando Rosa confiesa su cleptomanía a unos amigos durante una fiesta. ¿Tenías alguna expectativa sobre la forma que adoptaría la mirada del lector al observar esta casa?
La mirada externa era fundamental en esta historia poliédrica, no solo porque ofrece otras perspectivas, sino sobre todo porque demuestra lo difícil que es enjuiciar las realidades que no se conocen bien. A las que mencionas, añadiría la de la vecina Clara, que tiene un conocimiento parcial de lo que ocurre. Sabe que algo raro hay en esa casa, porque su amigo Damián se lo cuenta, pero no comprende por qué los hijos se someten. En una ocasión incluso llega a reprochárselo: “¿y por qué aguantáis, por qué no hacéis nada?”, le dice. Esta culpabilización de la víctima, hecha con la mejor de las intenciones, es algo que ocurre con frecuencia.
Ahora mismo escribo una novela sobre la burocracia. Ya escribí un pequeño ensayo sobre esto, Silencio administrativo, pero quiero hacer algo desde el terreno ficcional”
En tu libro anterior, Un amor (Anagrama, 2020) , nos asomamos a la vida de su protagonista Nat, recién mudada a un pequeño pueblo. Pronto podremos verla en la gran pantalla. ¿Por qué crees que Isabel Coixet se decantó por esta historia?
Creo que Isabel Coixet puede hacer una película muy interesante sobre la novela, siendo fiel a la historia pero también llevándola a su terreno. En nuestra mirada narrativa hay diferencias pero también lugares comunes, y ese es justo el camino de la fertilidad, si no sería un calco sin más. Dicho esto, lo cierto es que fue Marisa Armenteros, la productora de Cinco lobitos (2022) entre otras, quien le propuso a Coixet dirigir la película.

¿Hay algún relato que Sara Mesa gestando en este momento?
Ahora mismo escribo una novela sobre la burocracia. Ya escribí un pequeño ensayo sobre esto, Silencio administrativo, pero quiero hacer algo desde el terreno ficcional, que es verdaderamente el mío.