“Queridas compañeras: Sé que no nos conocemos. Nunca hemos estado juntas, pero es más lo que nos une que lo que nos separa”. Así llama Rosita, ‘La Soltera’ a la sororidad en una carta. Abre una puerta cerrada con llave y crea un confesionario de una fila formada por otros de los nombres de las mujeres de las obras de Federico García Lorca: Belisa, ‘La Zapatera’, Yerma, Mariana Pineda, Dolores (‘La Conjuradora’), la Novia, Bernarda Alba, sus hijas y Poncia y la Criada.
Rosita llama a estas mujeres y las reúne en la casa de verano del poeta y dramaturgo, la Huerta de San Vicente, en Granada. Lo hace un 17 de agosto -un día antes del fusilamiento del autor en 1936- en la obra ‘Las mujeres de Federico’ (Lunwerg), escrito por Ana Bernal-Triviño e ilustrado por Lady Desidia.
El motivo del encuentro es una búsqueda existencial de cada una de ellas. Emplean sus voces para contarse las unas a las otras sus vivencias logrando traspasar las páginas con un desgarro demoledor de historias de un ayer que todavía guarda retales hoy. Una lectura en la que cualquier mujer puede ver su reflejo. Un espejo en el que sus capítulos pasados todavía guardan similitudes con los episodios del presente.
Qué vida podemos tener como mujeres cuando nuestro deseo es pecado”
A algunas de estas mujeres les arrebataron el nombre, pero ninguna se quedó libre de tener una vida marcada por figuras masculinas en una sociedad que les llevó a sentir amargas emociones que despliegan en este magnífico diálogo: la vergüenza, la culpa, la humillación o la dependencia (“aprendió frase a frase que solo podía existir como mujer a través del matrimonio”).

Leer ‘Las mujeres de Federico’ es compartir el desahogo de sus protagonistas. Una serie de desgracias que se encuentran en un conmovedor diálogo para encontrar apoyo unas en las otras (“podríamos hartar de llorar y nos repartiríamos el sentimiento”) y para buscar los porqués que llevaron a Federico a otorgarles ese segundo plano de invisibilización y desdicha. Quieren conocer la relación entre el poeta y sus obras. Saber qué habría sido de ellas si hubieran sido escritas hoy en el guión. Descubrir si, además, podrían haber existido de ser así.
Lo que más lastima es saber que sí, existirían y la historia apenas cambiaría. Como sentencia Yerma, una de las protagonistas del libro: “Hay cosas encerradas detrás de los muros que no pueden cambiar porque nadie las oye”.
¿Qué es lo normal? ¿Quién decide qué es lo normal para nosotras?”
En la obra aparecen debates que parecían superados, pero que nunca llegaron a serlo. Es un contraste de experiencias diferentes, de obras independientes del autor que guardan un mismo denominador común.
Quien haya leído a Federico reconoce a los personajes en este libro sin leer su nombre. Y quién no también porque, con gran maestría, Ana Bernal-Triviño los presenta y te hace sentir que les conoces desde los primeros capítulos. La autora comenzó a leer al poeta en la adolescencia y ahora se sumerge en la piel de estas mujeres para acercarnos al detalle su vida: “Hice un trabajo más añadido de desmenuzar más esos textos que siempre he leído y registrar qué vocabulario o forma de expresión tiene cada personaje para que cuando alguien lea una frase sepa de quién es de forma automática y conformar el perfil de cada protagonista“.
Reconocer a la Zapatera, tan dicharachera y natural resulta fácil. Leer una frase quejicosa es reconocer a Bernarda Alba. Las palabras remotas e inesperadas siempre pertenecen a María Josefa y la servicialidad de la Criada y de Poncia logran que el lector las identifique al instante. Asimismo, la imagen ilustrada de cada una de ellas, como Ana nos cuenta ha sido también estudiada al detalle por Lady Desidia: “Hubo una búsqueda más concreta de referencias visuales para la ilustradora, localizar por ejemplo cómo iban vestidas las actrices en las obras de Federico para recrear lo más fiel su psicología”.
A veces creo que gritamos y nos peleamos solo por sobrevivir. Nos dañamos unas a otras en un instinto de supervivencia”

Ana Bernal-Triviño escribe para volcar situaciones de dolor sobre una historia que, aunque es ficción, también guarda dosis de realidad. Duele leerlo y ver que no ha cambiado tanto. Duele también sentir el sufrimiento de las protagonistas e imaginar que eso sucedió. Hay párrafos en los que la piel se eriza y en otros puede que hasta la impotencia suelte alguna lágrima.
El juicio a Federico se encuentra constantemente sobre la mesa a lo largo de la toda la historia, como se encontró también a lo largo de toda su vida, como se le juzgó a él también durante toda su vida.
Ese 17 de agosto es un encuentro entre personajes que nacieron de la inspiración que el propio Federico encontró en su alrededor, en su entorno. Mujeres que en su época permanecían calladas (“por eso no nos daban educación, para que no habláramos”), sumisas y sin palabra.
Una rosa mutabile (roja por la mañana, blanca de tarde y deshojada de noche) marca los tiempos de la trama. Primero llegan a la Huerta las mujeres progresivamente. Charlan sobre sus infortunas vidas y, al ver a Federico cuando la flor se encuentra sin pétalos, se dan cuenta de que el propio autor también fue víctima de desgracia (“He vivido en una cárcel de sentimientos porque no podía mostrarlos”).
Es un libro de denuncia, una mesa en la que poco debate cabe. Una asignación que creó que la historia. Una lección que busca batallar contra esta desigualdad. ‘Las mujeres de Federico‘ se impone como una guía espléndida que ayuda a visibilizar el pasado y el presente, para afrontar el futuro.
Para qué las noches de tristeza y los nudos sin deshacer en el estómago queriendo ser otra persona”
Cargada de simbolismos, de frases de gran fortaleza que calan hondo y de reflexiones que invitan a dejar de leer unos minutos para reposar la digestión de los acontecimientos.
Así es ‘Las mujeres de Federico‘. En las palabras que la autora ha querido representar en su boca en el libro: “Porque vuestra misión es que las vidas que representáis de la España más rancia, corrompida y putrefacta en el trato a la mujer, no se olvide jamás. Las mujeres mueren y matan. Vosotras seréis eternas”.
Federico fue fusilado un 17 de agosto de 1936.