Virginia Woolf: “España sobrepasa mis capacidades descriptivas”
Una posada andaluza, desiertos y naranjos. La escritora de ‘Un cuarto propio’ estuvo aquí. Virginia Woolf nos visitó tres veces rendida ante Granada y su Alpujarra.
Virginia Woolf viajó a España en tres ocasiones: La primera, para evadirse, la segunda para el deleite, y la tercera, como relataba, lo mismo para quedarse. Desde Bloomsbury a la Alpujarra, el libro Hacia el sur (Itineraria editorial, 2022) ayuda a recrear los rincones y paisajes meridionales desde la mirada de quien en su cenit escribiría Un cuarto propio. Woolf, más acostumbrada al hollín de Gordon Square londinense que al penetrante aroma de los naranjos en flor, en sus cartas y diarios describe cada eco y gama de color — piedras, aceitunas, libélulas, lirios – mientras insomne reza para averiguar como se dice posada en español.
A su llegada a España un 8 de abril de 1905 Virginia todavía firmaba artículos con Stephen de segundo. Era su primer viaje, tenía sólo veintitrés y todo olía a nuevo. Pretendía ser el antídoto que su hermano Adrian había sugerido para sobreponerse a la muerte del padre, Leslie Stephen, tras una crisis nerviosa. El vasto y desértico paisaje la confunden. Una llanura desbordada con un sol abrasante describe, pero “qué nombres tan espléndidos Extremadura y Andalucía”. Apatía, desgana e inmadurez marcaron esa primera incursión en la que la escritora sencillamente no estaba por la labor. Quien daría voz a La Señora Dallaway confundía entonces Badajoz con Andalucía, y a su llegada a Sevilla no le impresionan las vistas desde el Hotel Roma. “Es una ciudad que se pierde entre calles estrechas y campos de cultivo”. Envía su ensayo Una posada andaluza para The Guardian. La invade una falta de espíritu viajero, lo mejor de estar fuera es volver a casa expresa en una de sus epístolas.
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Pienso en naranjos con naranjas y en toda clase de árboles con grandes hojas verdes y todas las flores que puedas imaginarte… Este es el país más espléndido que he visto en mi vida
VIRGINIA WOOLF
Esta desidia sería anecdótica. Nada tiene que ver con el impacto que diez años después experimentará cuando regrese en su luna de miel. Pisaba esas mismas tierras pero era otra Virginia, tenía treinta y su sello marcado entre la intelectualidad inglesa. “Es la luz – sin duda” recalca. Los prejuicios de la primera incursión se esfuman y junto a su marido Leonard Woolf, por la costa alicantina y murciana, llega hasta los remotos colores de la Alhambra. “Granada es, con diferencia, el mejor lugar que haya visto jamás“. Maravillada ante el horizonte granadino y la libertad de su naturaleza salvaje, los olores y tonalidades le fascinan. Desea prolongar la estancia, su espíritu encuentra por un instante la quietud que no sabía exigirse. Lo mundano, la política, los conflictos, pueden quedarse en Bloomsbury. Virginia lee voraz, percibe que aquí el tiempo es suyo. Tres novelas en dos días y es feliz: Cuento de viejas, Crimen y Castigo, Rojo y Negro. Esta foránea sensación – armonía, sosiego, anchura – debe ser la tregua mental que tanto le recetaron. Nada importa demasiado al lado de Sierra Nevada. Sólo encuentra una mínima pega: el calor y los cielos irremediablemente azules.

Poco después, en su tercer y último periplo, retorna a Andalucía directa hacia la Alpujarra. Entre olivos escribe su Hacía España desde el pueblo de Yegen “Tú, que cruzas el canal cada año” comienza el vehemente ensayo publicado en 1923 “Mira el blanco de las higueras, rojo y verde y de nuevo blanco de este paisaje inmenso. La vida nace desde el corazón de una aldea”.
El debut como novelista – su obra Fin de viaje – también será producto de esas primeras impresiones de España. Virginia, la visionaria, la profética, estuvo entre nosotros. De una de las últimas cartas de despedida: “Querida he estado entre nieves eternas, a lomos de una mula, agachada en torno a hogueras de madera de olivo…En resumen como empiece a contarte, no termino”. Virginia durmió en trenes que paraban cada tres minutos, conoció el rotundo calor de la meseta y espantó mosquitos en una posada andaluza. Aunque levantara armaduras ante un síndrome de Stendhal, “la belleza parecía haberse colmado sobre nosotros”. Con su característico stream of consciousness – mover la tinta sin freno en un monólogo interior – navegamos y cruzamos España con Virginia hasta el sur, su amor a segunda vista.
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Por |Raquel Bada