Marina Closs: “quería contar qué fácil es quedar atrapado en una situación injusta”

Marina Closs La autora, Marina Closs.

Marina Closs (Misiones, Argentina, 1990) escribe sobre la crueldad de la humanidad adoptando las voces personales de sus personajes. Construye mundos retorcidos, retrata identidades otras. Lo vimos en 2019 cuando Tránsito publicó en España Tres truenos, y lo vuelve a hacer ahora con Pombero, un conjunto de relatos finalista del VII Premio Ribera del Duero del año 2022, organizado por la editorial Páginas de Espuma. Su Pombero es un ser legendario que protege la naturaleza y castiga a aquellos que dañan los animales o las plantas. Persigue a los malos, a los hombres que cazan más animales de los que necesita para alimentarse. Se transforma en arbusto sin raíz, en hueco, en espina al tacto, en el canto de un pájaro, en un zorro, en una grieta, en una rosa. Este es el primer protagonista del libro, un personaje peculiar que toma la voz para, desde la locura, rebelarse contra la cordura.

Dunka, la niña de trece años casada con un hombre mucho mayor que ella bajo los designios paternos, es un ser fragmentado, una identidad rota entre la alumna que es en la escuela y la esposa que debe ser en casa. Dunka es una joven que pasa de la infancia a la vida adulta sin una etapa intermedia, que se convierte de niña en mujer mientras todavía siente añoranza por la infancia. Dunka es una niña arrancada de los juegos de la infancia que vive su despertar sexual después de haberlo experimentado. “No sería” es un relato estremecedor sobre la búsqueda de la identidad y sobre la aceptación (o no) de los constructos sociales.

María das Luzes es una mujer obedecida por los hombres. Irónicamente, es gracias a su don que escapa a los lazos matrimoniales y puede formarse como maestra. Y en los niños encuentra aquel elemento misterioso que no se atiene a sus deseos. También Marioka es tan hermosa que, por estar cerca de ella, todos comenzaría a pelearse –¿no os recuerda a Helena de Troya?–; es tan hermosa que distrae a quien la mire; tan hermosa que todo el mundo debe volver a contemplarla varias veces; tan hermosa que atrae molestias; tan hermosa que nadie la quiere. Mientras la primera puede elegir si casarse o no, la segunda no puede encontrar marido debido a su belleza.

Los relatos de Marina Closs están habitados por seres mitológicos y divinidades, por personajes marginales, por identidades otras, por existencias que hacen equilibrios sobre las fronteras de la heteronormatividad. Jabalí es la voz memorial de los tiempos de antes, de cuando los ñandús tenían una lengua grande y sabían andar el monte, pero también es la voz de la destrucción debida a la colonización. Rosa es la voz de quienes solo pueden abrazar su identidad bajo una capa de maquillaje y cuando dejan atrás a sus familias. Suzumushi es la voz onírica de quienes, aunque existan, no existen. De quienes, aunque no existan, existen.

Portada de Pombero, obra de Marina Closs.
Portada de Pombero, obra de Marina Closs.

Hola, Marina. Estoy segura de que no será ni la primera ni la última vez que te lo pregunten, pero, ¿cuáles dirías que son tus principales influencias? ¿Con quién dialogas? 

Es una pregunta que, efectivamente, me hicieron muchas veces y que, por lo mismo, siempre respondo diferente. Me cuesta distinguir lo principal de lo no principal. Así que aprovecho para decir algo distinto en cada oportunidad, entonces me puedo ir armando un gran corpus de respuestas más o menos ciertas. En el caso de Pombero, ahora mismo se me ocurre que está muy influido por una especie de tradición argentina que es la tradición de no escribir novelas. De armar libros que se escapen de ser novelas. Pero que sean conjuntos. Podemos poner en esta tradición libros bien poco compatibles como Oración de María Moreno o Tres cuentos espirituales de Pablo Katchadjian. Coinciden en que son conjuntos con grietas.

En España te hemos leído primero en Tres truenos (2021, Editorial Tránsito) y ahora en Pombero (Páginas de Espuma). ¿De entre tus relatos, cuál convertirías en una película o serie?

No sé. Yo soy muy fan de los libros y mi cultura audiovisual es realmente pobre (sacando películas muy extrañas que en realidad disfruto como si fuesen libros, creo que las miro para pensar en cómo podrían convertirse en libros). En todo caso, me gustan las adaptaciones cinematográficas que arman su propio mundo como Zama de Lucrecia Martel.

Escribir en primera persona me aleja mucho más de los personajes”

Katie Kitamura, en la novela Intimidades, reflexiona sobre la disociación identitaria en el momento de interpretar el mensaje de otra persona. ¿Qué te ha supuesto la adopción, en primera persona, de la voz de tus personajes? ¿Cuánto has descubierto de ti misma, que no conocías, a través de la construcción de los retratos de la psique humana de tus relatos?

Es gracioso, pero creo que escribir en primera persona me aleja mucho más de los personajes, en el sentido de que me permite pensarlos como esencialmente distintos a mí (una vez que les encuentro la voz). Escribir en tercera, en cambio, me hace confundirme más. Cuando uso la primera persona, siento mucho más la influencia de las identidades (o de la voz) de eso que habla o que quiero, de alguna forma, que hable. En cambio, cuando uso la tercera, es como que me quedo más sola, quiero decir, más exclusivamente con mis imágenes, mis metáforas, mi ritmo narrativo, mi (desgraciado) mundo propio. Paradójicamente, para mí es más íntima la tercera persona.

Dentro de la intención de hacer que todo esté disponible, siempre hay algo que se escapa, y eso solamente lo podemos identificar a través de elementos legendarios o sobrenaturales. Pombero pertenece a ese terreno mitológico e inasible –que, por otro lado, es inherente a la naturaleza– que buscamos a tientas y con miedo. ¿Qué relación tiene la literatura con aquello que la racionalidad no puede domesticar ni categorizar? ¿Qué representa el Pombero con su juego de identidades en este entramado?

Los diferentes personajes del libro siempre están en una especie de duda, entre ser lo que se supone que son (según su entorno) y cualquier otra cosa que implique no ser eso. Me parece que el caso más paradigmático es el del personaje de Pombero, que es este hombre que vive en el monte y se presenta como un ser legendario, pero lentamente vamos viendo que, para muchas personas que lo ven, no es mucho más que un loco. Me parece un buen comentario sobre la identidad. Todos nuestros “yoes” son (adentro nuestro) una especie de gran leyenda, de gran locura.

Dunka es una niña de trece años casada por sus padres con un señor mayor. A través de la literatura se puede hacer convivir en un mismo cuerpo y al mismo tiempo a una niña y a la mujer en la que la sociedad espera que se convierta. A falta de una etapa de transición, la identidad de la alumna encuentra en la escuela la felicidad que como esposa no comprende todavía. Incluso los rituales matrimoniales –como puede ser el sexo– solo los comprende y desea cuando son convertidos en juegos. ¿Representa Dunka el molde con el que las sociedades patriarcales, a partir de la mirada masculina, quieren configurar a las mujeres?

No sé qué representa, no algo teórico, seguro. Me parece más bien que es una niña que se encuentra frente al sexo como deber y el sexo como juego. Y en los dos casos la termina pasando mal. Hay una explicación que falta, una codificación que no funciona y, básicamente, una elección que nunca estuvo en sus manos. A ella solo le queda ver qué puede hacer con eso. Y, lentamente, se va dando cuenta de que no puede hacer nada. Es un cuento bien pesimista. Creo que yo quería contar qué fácil es quedar atrapado en una situación injusta que todos consideran totalmente aceptable.

Me basta con asomarme al mundo más provinciano o rural en otras esferas para ver qué lejos están otras mujeres de acceder a esos mismos lugares”

Tanto Dunka como Rosa se enfrentan –con mayor o menor éxito– a la identidad que la sociedad les impone. ¿Piensas que hay salida de esa configuración? ¿Dónde queda la esperanza para las niñas y las mujeres contemporáneas?

Hay que ver quienes somos las mujeres contemporáneas, porque, dependiendo del contexto, a veces estamos en situaciones totalmente diferentes. Yo tengo la oportunidad de publicar mis libros, que se lean y se disfruten en muchos países porque, en el contexto de la gente que lee, los temas que trato son aceptados y están hasta de moda. Como muchas mujeres en el mismo medio, estoy, en este momento, en una situación “esperanzada”. Pero me basta con asomarme al mundo más provinciano o rural en otras esferas para ver qué lejos están otras mujeres de acceder a esos mismos lugares. Para dar ejemplos concretos, en mi pueblo nunca hubo una intendente mujer y, cuando una mujer se postula, es increíble la polvareda machista que se levanta. Mi caso y el de una candidata a intendente provinciana, por ejemplo, son como mundos paralelos. Aún si son estrictamente contemporáneos.

Según la Hipótesis de Sapir-Whorf, la lengua de un hablante define su forma de conceptualizar el mundo y la realidad, mientras que los hablantes de idiomas diferentes pueden resolver y enfocar los problemas de formas distintas. Los padres de “Esto”, por no conocer la lengua ni haber recibido el Evangelio, son deshumanizados. ¿Qué relación estableces entre la civilización y la lengua? ¿Y entre la identidad –individual y colectiva– y la lengua?

¡Toda la relación! Sobre todo, en la literatura, que tiene la lengua como único instrumento para expresar, básicamente, todo. La lengua es como el tamiz y eso es lo que, a mí al menos, me pone en guardia. Y me entusiasma también. Que mientras uno no logre transformar una idea, una imagen, una identidad, una música en lengua, no está haciendo el verdadero trabajo. O no está aprovechando esa especie de dédalo infinito que es la lengua. Que está ahí como un camino para (intentar al menos) salir de uno mismo. Y recorrerlo todo.

 El pueblo de Jabalí pierde su identidad porque para la cultura del opresor no es valiosa ni habilita para la vida en sociedad –tal y como el opresor entiende que debe ser esa vida en sociedad. La memoria le es arrancada de cuajo y los hijos asisten al olvido de los padres. Los relatos propios son sustituidos por los relatos ajenos del Evangelio, y solamente hay un retorno a las historias antiguas cuando hay abandono. ¿Dirías que el poder relata o que el relato crea el poder?

Yo creo que, en ese cuento, la cosa no es tan lineal. Aparece esa leyenda del hombrecito Cacuy que no se toma el vino, pero que se come la vasija en la que está servido. Esa leyenda es un comentario muy lúcido (creo yo) acerca de la relación del mundo urbano o globalizado y los mundos pequeños, rurales o tribales. El mundo urbano se come las formas (como el Cacuy se come las vasijas), pero no puede con los contenidos. Entonces, los contenidos buscan espacios en los que reacomodarse. Yo creo que un relato crea un poder y que un relato es una forma de permanecer (aunque sea a escondidas), por eso es un poder, por más secreto que sea. No un poder inmediato, quizá, pero sí un poder a la larga.

La literatura siempre hablaba de mi mundo”

Los santos, las criaturas mitológicas y las mujeres con el poder de obnubilar a los hombres habitan entre las páginas de tus relatos. ¿Qué papel juega lo sobrenatural/divino en tu visión de la literatura y de la condición humana? ¿Te consideras heredera del Realismo mágico? 

Seguro que inconscientemente sí, aunque haya sido una línea estética que justo en Argentina encontró bastante resistencia. Yo leí todas las novelas de García Márquez, básicamente, porque las vendían hasta en las farmacias. Y creo que releería unas cuantas. Para mí la literatura (al contrario que la televisión o el cine al que yo tenía acceso de chica) siempre hablaba de mi mundo, o de un mundo no tan distinto del mío, que no era urbano, que estaba totalmente teñido por lo sobrenatural. También quizá por eso la literatura se volvió una especie de espacio cómodo. Receptivo a los paisajes y a las identidades que yo conocía.

El nombre marca el destino de algunos de tus personajes. El Pombero debe matar a quienes le nombran y les contesta; María, la mujer que no puede alumbrar, es llamada irónicamente das Luzes, y Rosa elige un nombre sin vínculos. ¿Están tus personajes determinados desde el momento en el que nacen ya con los nombres elegidos por sus progenitores?

Es que yo siempre pienso el nombre como una especie de puerta de entrada del personaje. El personaje no es el nombre, el nombre es la puerta por la que entra. Y después, obviamente, se queda un poco obsesionado con esa puerta. Tratando de buscarle la vuelta, de que tenga sentido llamarse así: muchas veces los relatos son las maneras en que los personajes se relacionan (o se escapan) de sus nombres.

El cambio de nombre, en este último caso, se plantea como única manera de abrazar la identidad y de huir del determinismo familiar, de las tiranías de los lazos de sangre que son cadenas. Pero Rosa no escapa del miedo a morir como sus parientes, salvado este a través del maquillaje nocturno. También con el maquillaje y las pelucas se enfrenta a lo que para ella sería una muerte en vida. ¿Qué podemos hacer para (re)apropiarnos de nuestra historia según nuestros designios?

Bueno, cambiarnos de nombre es claramente el camino más complicado. Ella lo hace y, en verdad, parece que nunca lo logra del todo. Estamos en un mundo lleno de gente empecinada en llamarnos como se les canta. A mí, por ejemplo, siempre me dicen Mariana y ya ni corrijo, porque me reconozco un poco en ese error, en esa supuesta Mariana que no soy. Ahora ya es casi parte de mi personalidad. Por otra parte, no sé a qué clase de hipercorrección nos llevaría la exactitud absoluta. Al final, hay que adaptarse a convivir un poco (en la medida de lo posible) con la confusión reinante.

Por último, una ronda de reconocimiento. Dime lo primero que se te viene a la cabeza si te nombro a Amparo Dávila.

Qué pena, no la leí.

 ¿Y Marina Yuszczuk?

Me gustan sus entrevistas y opiniones, también leí algunos de sus trabajos críticos, bien incisivos. Todavía no me puse al día con su obra de ficción.

Soy una persona que siempre considera que podría ser completamente distinta”

 ¿Qué me dirías de Samanta Schweblin?

Tampoco la leí tanto. Me había gustado mucho el ritmo y la estructura narrativa de Distancia de rescate. Me parecía muy sugerente, pero me suele pasar con los relatos sugerentes que, una vez que descubro qué me estaban sugiriendo, me parecen menos inquietantes que lo que me estaba imaginando que me querían sugerir. Entonces, me decepciono. Pero fue una lectura interesante.

 Y, para cerrar, dime algo sobre Marina Closs.

Soy una persona que siempre considera que podría ser completamente distinta.

Por |Diana Nastasescu