Las hermanas Brontë y su habitación propia.

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Las hermanas Bronte y su habitación propia.

 

Al pensar en escribir sobre las hermanas Brontë me invadió una abrumadora sensación de agobio. Intentar concentrar la historia de la vida de no sólo una, sino de tres hermanas que hicieron historia en la literatura inglesa era una tarea que a todas luces me venía grande. Únicamente había leído de ellas Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë y creo que, como muchas, lo empecé pensando que iba a leer una gran historia de amor. Con frases como “de lo que sea que nuestras almas estén hechas, la suya y la mía son lo mismo”, ¿de qué podía tratar si no?. Batallé mucho al leerlo. El libro no era lo que esperaba.  Ni bonito ni tierno, era un relato de terror que estaba muy lejos de ser lo que mi ignorancia me decía que era una novela de amor victoriana. Después de esta desconcertante experiencia puse a las Brontë en pausa y ahora entiendo que me aparté de ellas porque no las comprendía.

“Las Brontë son a menudo presentadas al mundo como una entidad única, englobadas bajo su apellido como un perro de tres cabezas, a pesar de su diferencia de estilos debido a que toda su producción literaria se originó estando las tres solteras. Sólo la mayor, Charlotte, abandonó el apellido familiar durante los últimos nueve meses de su vida al casarse con un ayudante de su padre. Sin maridos ni hijos a los que atender, las hermanas tuvieron que soportar lo que era vivir al margen de lo que se demandaba socialmente de una mujer del siglo XIX. Fueron sin duda tildadas de raras sin embargo, aquello que las marginó fue al mismo tiempo lo que les permitió tener tiempo para dedicarse a la pasión que compartían: la escritura.

«Se supone que las mujeres hemos de ser serenas por lo general, pero nosotras tenemos sentimientos igual que los hombres. Necesitamos ejercitar nuestras facultades y necesitamos espacio para nuestros esfuerzos tanto como ellos.”

Charlotte, Emily y Anne crecieron en una casa parroquial situada a las afueras de Haworth (Inglaterra), paseando por los páramos que la rodeaban e inventándose constantemente junto a su hermano Branwell juegos e historietas en mundos de fantasía. Crearon así un microcosmos, un lugar seguro en el que refugiarse de la tragedia familiar. Perdieron a su madre y a sus dos hermanas mayores cuando aún eran muy pequeñas y fueron criadas por su padre el sacerdote Patrick Brontë. Aunque su padre era párroco, sus ingresos no eran muy boyantes y la esperanza de la familia estaba puesta en Bramwell, el único hijo varón, alentado a perseguir una carrera literaria truncada por su adicción a las drogas y el alcohol. Las opciones de las hermanas Brontë para ayudar económicamente eran muy escasas: emplearse en la enseñanza de niñas o casarse. Pero, como la escritora Ángeles Caso nos recuerda: “casarse no era un asunto tan fácil: hacía falta poseer una dote aceptable, o belleza, o al menos un carácter sumiso. Las hermanas Brontë no cumplían ninguno de esos requisitos.” Así pues las tres hijas solteras se separaron durante periodos de su vida para dedicarse a trabajar como institutrices, experiencia que tanto Charlotte como Anne denunciarían en Jane Eyre y Agnes Grey respectivamente. Pero de una manera u otra, las hermanas Brontë siempre regresaban a la seguridad de su hogar donde podían al menos compartir entre ellas su más íntima realidad llena de pasiones, miedos y frustraciones. Su gusto por la escritura las protegía de la monotonía y hostilidad de una sociedad que se negaba a cumplir sus expectativas. Ávidas lectoras de autores como Walter Scott y Lord Byron y herederas de sus ideas románticas encarnaron una especie de Madame Bovary victorianas, pues convivían refugiadas en sus libros con la frustración de añorar más de lo que se les permitía y con terror a conformarse.

 

Es indudable que la experiencia vital de todo artista determina su obra, entonces ¿cómo es posible que tres hermanas solteras que pasaron gran parte de sus vidas aisladas en la intimidad de su casa, rodeadas de las mismas cuatro paredes escribiesen sobre pasiones irrefrenables como hizo Emily Brontë en Cumbres Borrascosas, o sobre mujeres que escapan con hijos de maridos maltratadores como hizo Anne Brontë en La Inquilina de Wildfell Hall? Las Brontë se mancharon las manos de tinta para dar rienda suelta aquello que la fría y protocolaria sociedad victoriana les obligaba a reprimir,pero que, igualmente, sentían y pensaban. Como escribió Charlotte en Jane Eyre «Se supone que las mujeres hemos de ser serenas por lo general, pero nosotras tenemos sentimientos igual que los hombres. Necesitamos ejercitar nuestras facultades y necesitamos espacio para nuestros esfuerzos tanto como ellos.” Que algo no se muestre no significa que no exista y las Brontë reivindicaron precisamente eso, la existencia de la profunda complejidad psicológica y sentimental que atesoraban tanto ellas como sus heroínas.

Casarse no era un asunto tan fácil: hacía falta poseer una dote aceptable, o belleza, o al menos un carácter sumiso. Las hermanas Brontë no cumplían ninguno de esos requisitos.

Charlotte, Emily y Anne no solo reclamaron sino que encontraron un espacio literal y ficticio en su literatura, su “habitación propia” como lo llamaría Virginia Woolf casi un siglo más tarde. Un lugar donde poder ser escritoras y ayudar así económicamente a su padre, donde vivir una vida que quedaba fuera de sus limitadas opciones como mujeres. Utilizaron seudónimos masculinos para aumentar las posibilidades de publicar sus obras y que los editores, la crítica y el publico se las tomasen en serio a ellas y a sus escritos. Sin embargo, una vez que sus hermanas hubieron fallecido, Charlotte disculpó la mala acogida que tuvieron en su época Cumbres Borrascosas y Agnes Grey alegando que Emily y Anne no poseían una cultura sofisticada y que, aunque eran buenas mujeres, carecían de intereses intelectuales. Que en la época fuese preferible que dos mujeres quedasen como pueblerinas ignorantes antes que como dos escritoras fracasadas (por lo revolucionario de sus novelas, no por su falta de talento) no hace sino corroborar y subrayar la represión femenina del periodo victoriano.

Las Brontë fueron raras, sí, pero porque tuvieron que luchar contra el estigma de ser tres mujeres talentosas que, retiradas en una casita parroquial del norte de Inglaterra, escribieron para vivir y vivieron para escribir. La trágica historia de las hermanas Brontë las ha hecho a ojos contemporáneos heroínas de sus propias vida, qué pena que no pudieron disfrutar todo lo que debieron de ser insólitas, no por ser raras sino por ser extraordinarias.

 


 

Por |  Cristina Blanco