Adrienne Rich y su Atlas para un mundo difícil
Un poema puede ser un cuadro de Hopper. Palabras olvidadas, un lenguaje que susurra soledades en verso, murmurado en cafeterías de paso, desamparadas o abiertas sólo para Nighthawks. Halcones nocturnos que también, caminan a luz del día con una somnolencia consciente. Miradas entreabiertas que sí ven– probablemente demasiado – y como voyeurs desganados se resguardan en esquinas ligeramente iluminadas, observando con resignación – siempre de reojo o hacia abajo – donde queda la tinta y papel.
Adrienne Rich escribía así, probablemente, desde una conciencia despierta pero ya sufrida. Sufrida, como decía Jane Hirshfield, por el propio peso de su conciencia política, ecológica, social. Conciencia del eros y la conciencia del lenguaje. Escribía desde y sobre la inseparabilidad de estas formas de ver y sentir. La voz trémula pero precisa, difusa por el caos, extraviada. Imágenes amargas, incómodas, pero siempre con algún acento para la esperanza. Nadie nos imaginó, decía, porque ella caminaba en la América del desengaño, y aun así, el amor en Rich, un amor que invadía sus versos y a toda ella, que atraviesa perenne toda su obra.
El libro Atlas for the difficult world o Atlas para un mundo difícil es un microcosmos ese anhelo radical que impregna su escritura. Una publicación que todavía no ha sido editada en España, y que funciona un poco como cura según dice la poeta, pero no para el mundo sino para todo.
La lucha de Rich con la belleza y los claroscuros de la democracia. Ese “Sé que estás leyendo este poema” la autora lo repite hasta 12 veces, y traza así un mapa encadenante de palabras, una llamada a quienes les esperaba un destino lánguido compartido. El último grito hacia el eco de patio un de luces, el hay alguien ahí de la poeta que soñaba con una lengua común.
Sé que estás leyendo este poema
tarde, antes de irte de la oficina
esa de la intensa luz amarilla y la ventana oscura
en un edificio cansado, disuelto en quietud
después de la hora punta. Sé que estás leyendo este poema
de pie en alguna librería, lejos del mar
(…)
Sé que estás leyendo este poema
desde una habitación en la que has soportado demasiado
donde las sábanas yacen revueltas, paralizadas en la cama.
Sé que estás leyendo este poema
tarde, antes de dejar la oficina
en el cansancio de un edificio que se diluye en la quietud
mucho después de la hora pico. Sé que estás leyendo este poema
en una librería, de pie, lejos del mar
una tarde gris a inicios de la primavera, con débiles copos de nieve
llegados desde el enorme espacio de praderas que te rodean.
Sé que estás leyendo este poema
en un cuarto donde tuviste que tolerar demasiado
las sábanas se ven revueltas, paralizadas sobre la cama
y tu maleta abierta habla de un vuelo
al que no puedes partir todavía. Sé que estás leyendo este poema
mientras el metro pierde velocidad y antes de correr
escaleras arriba
hacia una clase de amor desconocido
que tu vida aún nunca ha permitido.
Sé que estás leyendo este poema a la luz
del televisor donde imágenes sin sonido irrumpen y se suceden
mientras esperas noticias sobre la Intifada.
Sé que estás leyendo este poema en una sala de espera
entre ojos conocidos y hostiles, llena de empatía con extraños.
Sé que estás leyendo este poema bajo una luz fluorescente
con el aburrimiento y el hastío de los jóvenes excluidos,
que se excluyen a sí mismos de la vida con excesiva rapidez. Sé
que estás leyendo este poema con la vista que te falla, que enormes
lentes aumentan estas letras hasta borrar todo sentido, y aun así
persistes porque el abecedario mismo es suficiente.
Sé que estás leyendo este poema mientras esperas que en la cocina
se caliente la leche, con un niño que llora en tus brazos, un libro en la mano
porque la vida es breve y tú también estás sedienta.
Sé que estás leyendo este poema escrito en un idioma que no es el tuyo
intuyendo ciertas palabras mientras otras te fuerzan a seguir
y yo quiero saber cuáles son esas palabras.
Sé que estás leyendo este poema con el deseo de oír algo, desgarrada
entre la amargura y la esperanza.
como quien vuelve una vez más a la tarea indispensable.
Sé que estás leyendo este poema porque ya no queda
nada que leer
ahí donde llegaste, desnuda
como estás.
He aquí un atlas de nuestro país: aquí está el Mar de la Indiferencia,
glaseado de sal.
Este es el río maldito que fluye de la frente a la ingle agua y que no nos atrevemos a probar.
Este es el desierto donde los misiles se plantan como cálamos.
(…)
Estos son los suburbios — el asentamiento
donde el silencio se eleva como el humo de las calles.
Esta es la capital del dinero y del dolor cuyas agujas
se elevan a través de inversiones de aire cuyos puentes se desmoronan,
cuyos niños van a la deriva hacia callejones sin salida
entre tubos de alambre y espino.
Te prometí mostrarte un mapa dices pero esto es un mural
entonces bien, olvida esas pequeñas diferencias
la cuestión es desde dónde lo miramos.
___
A dos millas de que el Pacífico rodee
esta larga bahía, iluminando kilómetros tierra adentro
flotando su niebla a través de las grietas de las secuoyas
sobre campos de fresas y alcachofas,
su mente sin fondo volviendo siempre a las mismas rocas,
a los mismos acantilados con palabras siempre cambiantes, siempre el mismo idioma
aquí es donde vivo ahora.
–
Si me hubieras conocido
una vez, me seguirías conociendo ahora aunque con otra luz y vida diferentes.
Este no es el lugar donde me conociste.
Pero no te sorprendería
encontrarme aquí, caminando en la niebla, el baile del gran océano
eludiendo la curva de la bahía, porque como siempre
me fijo en la tierra. Estoy pegada a la tierra.
Lo que me gusta de aquí
son los viejos ranchos, inclinados hacia el mar, extensiones de techos bajos entre las rocas
pequeños cañones que atraviesan laderas inclinadas
los robles vivos retorcidos en la escarpadura,
la avenida de eucaliptos que lleva
a la casa de campo destrozada, el ganado de pecho pesado envuelto en niebla
en sus colinas rubias.
Conduzco hacia el interior por carreteras
cerradas en tiempo de lluvia, pasando por casas encorvadas en los cañones.
Carreteras que se arrastran hacia la oscuridad y serpentean hacia la luz
donde han chocado camiones y jinetes de caballos enredados
hasta la muerte con las ramas bajas. Estos no son los caminos
por los que me conociste. Pero la mujer que conduce, que camina, que vigila
por la vida y la muerte, es la misma.