El mundo sigue,
da la oportunidad de conocer los condicionantes clave que
marcaron la vida de estas mujeres de las que venimos,
nos regala su intimidad y particularidad como personas propias.
Domingo de cuarentena. Mi padre escoge una película española, en blanco y negro, y doblada a la antigua. El mundo sigue (1965), de Fernando Fernán-Gómez. El retrato trágico de una familia común de la España de los 60. No iba a funcionar tal plan para servidora nacida casi en el 2000, pero no está el confinamiento para ponerse a discutir. Y de todas formas, una tiene que culturizarse hasta por obligación, hay que conocer los clásicos para luego poder mantener conversaciones refinadas en bares modernos con sillones de terciopelo.

Empieza la cinta. Nunca he estado ahí, pero ya he visto esas calles antes. Ya he subido por esas escaleras ahogadas antes. La abuela tiene la cara de las abuelas que conozco. No dejo de tener la sensación de haber soñado con esta España. De haberla olido en la comida de mi casa, de haberla intuido en la disposición del cuerpo familiar en el salón, de haberla oído en las charlas de las mujeres que se reúnen sin citarse en el mercado local. A medida que avanza, más me siento interpelada, más se aclara el sueño y más se define esta visión emborrada. No he estado ahí, pero sí vengo de ahí. Y me interesa, por fin, culturizarme, porque este cine sí me habla a mí, esta historia es también la mía, y estás imágenes ordenan y asientan el imaginario colectivo que ya percibía pero del que faltan bases, ejemplos, documentos.
Y es que el espacio que la historia ha aguardado siempre para las mujeres ha sido tan reducido, que mucho tenían que sobresalir para que se hablara de ellas. Nadie hablaba de las mujeres comunes. Las que nos parieron, las que nos sacaron adelante, las que no descubrieron los rayos X, pero inventaron el feminismo de calle. El mundo sigue da la oportunidad de conocer los condicionantes clave que marcaron la vida de estas mujeres de las que venimos, nos regala su intimidad y particularidad como personas propias para que esta servidora nacida casi en el 2000, pueda comprender que el mundo que la trajo al mundo, ya existía antes. Y que ya se alzaba con los cimientos del mundo de ahora.
La moral contra la mala mujer. La película refleja bruscamente como la anti-sororidad entre mujeres, es muy buena trampa para mantener en pie dicha moral. Eloísa (Lina Canalejas), una joven madre, casada y ama de casa, acoplada a los valores tradicionales, no soporta a su hermana Luisa (Gema Cuervo), porque representa la mujer soltera, transgresora, que trabaja, que usa su condición desigual de mujer ante los hombres a su favor, y que se rebela ante el padre. Ambas ven en la otra lo que ellas no son o no pueden ser, lo que las confronta y las hace enemigas hasta la muerte. El dinero. En este país, hasta 1975, la mujer no pudo abrir una cuenta bancaria sin el consentimiento de su marido o padre. Dependía completamente de la gestión y los antojos del hombre para cubrir sus necesidades básicas, tanto si el sueldo era doble como si no. Así es como Eloísa se ve sin dinero para comprar ropa a sus hijos porque el padre de estos lo consume en sus vicios. Y tiene que buscarse la vida, como sea. Como sea quiere decir que tanto ella como el personaje de Luisa, en varias ocasiones, contemplan la posibilidad de prostituirse, aunque jamás se nombre así; la opción laboral para ellas es reducidísima y aún así, no pueden hacer con su dinero, su voluntad.

El acoso callejero. Un vecino que proporciona una cachetada a una adolescente por cómo se está desarrollando, o un hombre que en mitad de la calle, acorrala a Eloísa y llega a decirle que ella lo ha provocado por ir sola, o el jefe del marido de esta misma, que por conocer sus carencias económicas se permite la libertad de abordarla y besarla, dando por hecho que ella aceptará este intercambio por dinero. Es difícil relatar lo descaradas que son estas escenas en la película, y la repulsión que pueden generar en una, pero de repente toma lógica la normalización que tiene este asunto hoy en día para muchos hombres. El aborto. Luisa, la hermana moderna, se queda embarazada y habla de la posibilidad de abortar. Lejos de haber recibido una educación libertaria, tiene el impulso de decidir por su cuenta qué hacer con su embarazo y la instintiva madurez emocional de ver que lo sucedido es una co-responsabilidad, aunque la culpa resida en ella de manera unilateral y las formalidades de la época no le permitan ni siquiera ser consciente de su prematura visión. Violencia de género. A nivel psicológico, de lenguaje, de trato humano y hacia los objetos, esta violencia se respira en cada escena de El mundo sigue. Se escucha el “Cómo hagas esto… ¡Te mato!” Pero la violencia se vuelve, de nuevo, descarada, evidente y extrema. El padre de Luisa la abofetea por verse con un hombre, y el marido de Eloísa, la agrede hasta llegar casi al asesinato, en presencia de una niña, a la que la cámara presta atención, que vivencia la agresión desde su cuna. Violencia de género sembrando violencia doméstica, el embrión de las familias desestructuradas del futuro.
Estas, entre otras muchas punzadas, constituyen la valiente y cruda obra maldita -por ser sometida a la censura franquista hasta casi el olvido- de Fernando Fernán Gómez, que alumbró el que podría ser un cuadro aislado de la sociedad del momento en cuanto a perspectiva de genero, por qué no, pero en el que, casualmente, todos sus personajes femeninos viven y se desviven evidentemente estipulados por su rol de mujeres, su rol de género.
Por | Paula Chicote