Ana Teresa Ortega, imágenes para tiempos oscilantes
El pasado noviembre de 2020 concedían a Ana Teresa Ortega el Premio Nacional de Fotografía, un reconocimiento a una labor artística extensa que transita entre los límites de la fotografía como técnica, y un contenido relacionado con la memoria histórica y el territorio, pero escapándose de la función más documental para aprovechar la capacidad ficticia de la imagen.
El trabajo de Ana Teresa Ortega comienza precisamente en los años 80, explorando esa paradójica relación de la imagen con la muestra de la realidad y cuestionando, casi por encima de todo, la multidisciplinariedad de la fotografía. Sus primeras series se titulan Con-figuraciones y Trans-figuraciones. Y en general se puede observar el interés hacia la experimentación en el trabajo de laboratorio, la investigación sobre los distintos soportes y las emulsiones, así como, en cuanto al contenido, la introducción de imágenes críticas que ya auguraban que su obra se alejaba del lenguaje tradicional fotográfico.
En 2019, una exposición sobre todo su trabajo en el Centre del Carme de Valencia tomaba como punto de partida los años 90, no solo porque se establece un cambio de rumbo en su trayectoria, sino por el contexto histórico que se estaba gestando. En lo referente a fotografía, uno de los ejemplos más paradigmáticos es la revista de fotografía Nueva Lente que abanderaba el “vale todo” como lema bajo el que amparar estos nuevos lenguajes que estaban surgiendo. Es así como, en la Galería Visor de Valencia, presenta uno de sus proyectos más conocidos, y no falto de polémica, Fotoesculturas (1990-1996). Era la primera vez que la galería acogía un lenguaje híbrido. Las obras transitan perfectamente entre lo escultórico y lo fotográfico. Las imágenes, que se extraen de los medios de comunicación directamente, se transfieren a tela o metal, creando así una especie de imágenes encapsuladas. La reflexión se genera gracias a una nueva contextualización donde se cuestiona el valor objetivo de la imagen.

Trayectoria como fotógrafa
Su siguiente gran proyecto es Figuras del exilio (1997-1999) en el que, si bien continúa trabajando esa conexión entre escultura y fotografía, adquiere una nueva dimensión que se verá reflejada a lo largo de su trayectoria: la memoria y las formas de construir el pasado. A partir de la idea del exilio recrea una serie de personajes anónimos, difusos, que incluso se encuentran encerrados bajo láminas de hierro que enmarcan el metacrilato. Una videoinstalación suele acompañar a las fotografías (o al revés), y añade el sonido de las olas para acentuar el sentido de vaivén; el exilio, es ese estado oscilante, que infiere en los tiempos, aquellos que fluyen y los que se obstruyen.
La palabra, mecanografiada y posteriormente, proyectada, es una constante que irá incorporando a algunas de sus piezas como en La biblioteca, una metáfora del tiempo (1998) o en Jardines de la Memoria (2003). El signo de la escritura, esa materia a la que se puede dar forma y construir, es precisamente la manera en que se generan estas instalaciones que, aunque alejadas en el tiempo, requieren esa inmersión en los libros y en su capacidad de recuperar la memoria como hilo conductor. Manteniendo la capacidad narrativa pero con un enfoque hacia el personaje, Pensadores (2000-2006) se plantea como una galería de retratos. Estos “pensadores”, han desarrollado su carrera filosófica o escritora en el siglo XX y además se caracterizan por ser reacios al clima social, cultural o político que les fue propio. Así, las facciones de James Joyce, Franz Kafka, María Zambrano, Hannah Arendt o Simone Well, entre otros, se plasman en espacios arquitectónicos singulares, de paso. Al mismo tiempo, la técnica se establece en una suerte de “metafotografía”, que amplía la descontextualización para poder abordar sus escritos desde una perspectiva diferente.

Memoria histórica y fotografía
Sin duda, el siguiente gran tema de sus investigaciones será la memoria histórica. Una serie de proyectos casi consecutivos demuestra esta tendencia. Cartografías silenciadas (2006-2014) es precisamente un buen ejemplo de como el lugar guarda la memoria. Una serie de escenarios repartidos por todo el territorio ofrecen discursos sobre momentos históricos, en concreto, algunos donde se produjeron momentos álgidos de represión durante la Guerra Civil y la Postguerra. Estas obras de Ana Teresa Ortega destilan trabajo de archivo, un necesario tiempo, previo a la producción de la obra, que seguramente aplica con el objetivo de alejarse del simple listado. La intención tiende a plasmar el lugar concreto -indiferente y olvidado- para mostrar la necesidad de preservar esa memoria. Más reciente, el proyecto Presencias sombrías, otra vez la memoria (2019) trata de ser un proyecto colectivo donde las imágenes se han realizado en base a reflexiones de autores de nuestro tiempo. Imágenes estáticas, desprovistas de lo humano, donde se reflejan de nuevo lugares – o no lugares- para componer pensamientos sobre la historia, su discurso y la memoria colectiva.
En El teatro como la vida (2020) uno de sus proyectos más recientes, se establece un paralelismo entre la situación pandémica actual, donde momentos de gran intensidad se han hecho reales, al igual que ocurre en el teatro. Esta capacidad de análisis de la actualidad, desde una perspectiva crítica, tal y como hemos visto, ha caracterizado desde el principio el trabajo de la artista. Ana Teresa Ortega es creadora de un lenguaje propio totalmente acorde con el contexto. Su obra es entendible, pero a la vez transgresora, con sus montajes es capaz de transportarnos a tiempos que oscilan y a realidades cambiantes, que quizá jamás pensamos que ocurrirían.
Por |María Ramis Carrasco
Fuente principal |Catálogo CCCC ‘Pasado y presente. La memoria en construcción’ (2019)
Fotografía | Web de Ana Teresa Ortega