Retrato de Marcela

Viento del Norte Marcela elena quiroga

Retrato de Marcela con Viento del Norte de fondo

Conocí a Marcela en verano. Nos encontramos sin saber que las dos estábamos dentro de una de esas sincronías silenciosas que, de no ser por el brillo, pasarían desapercibidas por nuestras vidas, como ángeles que las atraviesan. Mientras buscaba entre las estanterías de una librería de segunda mano algún título mágico (siempre me han gustado las librerías de segunda mano, me recuerdan que todo es posible), el nombre de Elena Quiroga me saltó a los ojos. Los cerré. Viento del Norte, colección
“Las 100 mejores novelas en castellano del siglo XX”, 2001, seleccionadas por El
Mundo con la participación de sus lectores. Me acordaba de aquello: mi abuelo las traía a casa con el periódico todos los domingos.

Unos días más tarde, después de hacerle una foto y de subirla a Instagram, abrí el libro y empecé a leer. Atardecía dorado en el jardín. Para cuando volví a mirar el móvil, ya me había ido a otro paisaje, el de Marcela. Galicia; verde y azul. Su pelo fuego. Entonces, vi que Raquel Bada de Bamba Editorial había respondido a mis stories con un corazón rojo entre exclamaciones. Luego me contó que en septiembre llegaría “por fin, reeditada”, la novela. Elena Quiroga había ganado el Premio Nadal con ella en 1950. El vínculo que une a las cosas por debajo se iluminó. Antes de regresar con Marcela, una conexión más: en noviembre del año pasado, cuando Bamba acababa de reeditar Tristura, yo me topé con una primera edición de Presente profundo de 1973, otra de las obras de la autora. Me pareció modernísima, lenguaje infinito. Lecturas así refuerzan mi apego a la escritura. Lo relaté en Las musas del mes, mi newsletter de Patreon, diciendo que algo se mueve cuando alguien
decide prestar atención. Lo reescribo ahora.

Marcela. Me identifiqué con Marcela desde el principio. Aunque, siendo justa, también había diferencias. Claro que las había: de época, de clase, de temperatura. Marcela nunca tuvo nada, ni siquiera una madre. Y, cuando se lo dieron, no vino solo sino que llegó acompañado de una exigencia o, al menos, de un ruego. Aún así, no me costó meterme en su piel y hasta en sus entrañas. Yo era ella descubriendo su propia historia, pero también partes de mí que ya no existían, no en esta vida. Fragmentos que había olvidado. Su forma de callar y de cambiar, como un árbol, con las manos hundidas en la Naturaleza. La verdad, el instinto y el amor. El dolor. La confusión. Marcela era todas las mujeres de la existencia. Elena Quiroga nos legó en su protagonista la angustia y también la felicidad de pertenecer a nuestro género. En la edición de Bamba, hay una coma al final que llega y lo cambia todo. Llega cuando ya nadie se la espera, a tiempo para la última frase. Como si hubiese postre. Llega y la
agarra. No es así en la versión de 2001, donde un punto y aparte rompe la escena en dos. Subrayé algunas palabras sobre Marcela:

“Siendo pelirroja, no tenía pecas en el rostro, ni era blanca de cutis, sino del color
moreno de la tierra cuando la abren para arrojar la semilla en el surco.”

“Ahora, lejos de La Sagreira, sin saberlo, su corazón era como una campana de carne.
Sentía extrañas opresiones, repentinos vértigos: le zumbaban los oídos.

–Mujer, ¿qué te pasa?
–Diome vuelta el cuarto.”
“Álvaro tuvo un anticipo de lo que sería Marcela enamorada: agrandáronse los ojos
febrilmente, y temblaron los labios.”

“¿Cómo huir de ella, si la llevaba en la sangre?”

“Nunca confesará que Álvaro, con su sola presencia, la había confortado. Quizá
tampoco pensó en ello. Pero así es. Ya está de nuevo en pie, firme y batalladora. Si supiera lo que es remordimiento, sabría que le remuerde la fría, hostil mirada que ha dirigido a su marido, midiéndole. Porque si cupieran medidas del alma, él tendría la talla mayor, y ella lo sabe. Lo sabe con coraje. Pero lo sabe. Y si alguien se lo discutiera, Marcela lo proclamaría a gritos.
Así es Marcela. Así vive Marcela, tiranizada entre un sentimiento y otro, una verdad y otra, un querer y no querer.”

“No es la noche, Marcela, la que se alarga; es tu impaciencia, tu ansia y aquel llanto del corazón, que, por íntimo pudor, estás reteniendo.”

“… y entraña, humilde y humana, era Marcela.”

Viento del Norte sólo puede leerse de una manera, igual que lo haría ella: con la totalidad del cuerpo. En su belleza salvaje caben las atmósferas y sensibilidades de Cumbres Borrascosas, Isabel Allende, el teatro de Lorca, La Bella y la Bestia, ese viaje de tu infancia en el que no paraba de llover y una pila de mantitas ásperas tejidas con cariño. Aunque no exactamente.

Abatido el laurel, Marcela gritó. Esa coma.

 

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-Mila García Nogales es escritora y periodista. Ha publicado el libro Olvida la poesía (La Consentida, 2023) y guía un taller de escritura en Patreon, donde también comparte sus textos. Colabora con medios como elDiario.es, Pikara Magazine o Zenda Libros.