“¿Podría recomendarme un libro para hombres?”
Tea-time: historias de mujeres para mujeres
¿Cómo de atípico sería entrar en una librería y preguntar por un libro “para hombres”? ¿O navegar por Netflix y encontrarse una película con el sub -título de “una historia masculina”? Pero aún más absurdo sería que simplemente, porque el protagonista de la historia fuese hombre se pusiese en duda su calidad y el potencial interés que despertaría en el público general. Pues bien, que puede parecer tan surrealista, es lo que sucede con las “historias de mujeres”. En inglés existen los términos chick-lit y chick-flick, libros y películas “para chicas, que comercializan y juzgan una narrativa en relación al género de su protagonista y a “lo femenino” de sus temas, lo cual es problemático a demasiados niveles. Sin ir más lejos el debate generado por los libros de Sally Rooney ha vuelto a poner de manifiesto lo difícil que es que se le reconozca el valor a las historias protagonizadas por mujeres. La controversia no es nueva pero preguntarse si la joven escritora irlandesa es un nuevo genio literario o simplemente otra escritora de novelas “para chicas” sigue siendo igual de dañino. Sus dos libros están protagonizados por mujeres jóvenes que reflexionan sobre su entorno social, sobre su sexualidad y su autoestima a la vez que afrontan sus primeras relaciones amorosas. Esto es, simplemente, el tema de sus novelas lo cual no nos dice nada, a priori, de su calidad ¿verdad? Bien, pues esto es precisamente lo que se pregunta la escritora y periodista Carrie V. Mullins en su artículo Why Can”t We Make Up Our Minds About Sally Rooney? (¿Por Qué no Podemos Tomar una Decisión al Respecto de Sally Rooney?). Puede ser que la radical dicotomía en cuanto a cómo clasificar a esta autora esconda un juicio social contra las protagonistas femeninas y los temas y narrativas “para mujeres”. Rooney ha ganado el Costa Award, el Irish Book Award y los British Book Awards además de ser nombrada la escritora joven del año —de entre hombres y mujeres— por el Sunday Times en 2017. Por supuesto que el hecho de que un libro sea premiado no nos tiene que impedir discutir sobre su calidad pero la resistencia que existe a catalogar la ficción femenina como buena es, como poco, significativa. En este aspecto, discernir entre calidad y temática puede ser más difícil de lo que creemos y los prejuicios nos pueden jugar en contra.
La mera publicación de un libro de relatos escritos por mujeres titulado This is not Chick-Lit (Esto no es Literatura para Chicas) demuestra lo denostada que está esta categoría. En la paternalista —ojo a la etimología de la palabra— introducción del libro, su editora Elisabeth Merrick recuerda que por cada protagonista femenina con un bolso de marca y tres novios hay una escritora que se esfuerza por ampliar los límites de la ficción con imaginación, humor y profundidad. Paradójicamente, Merrick habla de extender unos límites que ella misma está reforzando al dar a entender que, claramente, si tienes bolsos de marca y buscas el amor no puedes ser ingeniosa. Cae en el mismo pensamiento misógino que decir “yo no soy como las demás” y ayuda a perpetra la idea de que, por regla general, las historias sobre mujeres no merecen ser tomadas en serio. Decir que todo una categoría es basura es igual de absurdo que decir que todos sus libros son una maravilla y defender que existe vida más allá del chick-lit supone un flaco favor para la “ficción femenina” en su totalidad —si es que existe algo que se pueda catalogar así— porque lo hace en base a prejuicios que nada tienen que ver con lo literario, sino con “lo femenino”. Hay un punto de vergüenza en admitir que has visto innumerables veces todas las temporadas de Sexo en Nueva York o que tu personaje favorito es Bridget Jones ya que socialmente estos gustos te hacen parecer menos inteligente. Por lo tanto, si nos hemos pasado la tarde viendo a Carrie Bradshaw comprándose más Manolos de los que, sin duda, se podría permitir intentaremos redimirnos diciendo que son nuestro placer culpable. La intención es dejar claro que los hemos disfrutamos, sí, pero irónicamente, siendo conscientes de que son “tonterías”. Según Sami Schalk, profesora adjunta de estudios de género y de la mujer en la Universidad de Wisconsin-Madison: “Un placer culpable es algo que disfrutamos, pero que sabemos que o bien no deberíamos hacerlo o que hacerlo dice algo negativo sobre nosotros. A menudo esa cosa negativa se asocia a identidades que se menosprecian y se marginalidad en la sociedad.” De tal forma que lo vergonzoso y lo femenino se confunden con demasiada frecuencia porque hay una predisposición cultural a menospreciar las experiencias y perspectivas femeninas. “Nadie define como placer culpable las novelas escritas por aquellos a los que David Foster Wallace bautizaba como “Grandes Narcisistas Masculinos””, se queja Beatriz Serrano en un articulo para Harper”s Bazar, “las cuales siempre tratan sobre un hombre de mediana edad en plena crisis existencial” y la diferencia está en el género de sus protagonistas no en la calidad de las obras.
Las historias sobre mujeres soportan un juicio mucho más crítico para ser legitimadas de lo que lo haría una historia protagonizada por un hombre. Y aunque salgan victoriosas de dicho juicio —según estándares misóginos— todavía les costará ser reconocidas por el público general. La absurda etiqueta “para mujeres” funciona como una especie de agujero negro sexista con unos límites tan desdibujados que igual absorbe una sátira adolescente como Chicas Malas, que un drama romántico como Los Puentes de Madison. Catalogar una narrativa o historia de “femenina” es tan genérico que debería implicar, por sí misma, una falta de definición. Big Little Lies, la serie basada en el libro homónimo de Liane Moriarty y estrenada por HBO en 2017, fue promocionada como “la apuesta de HBO sobre el universo femenino” —no veo a nadie hablar sobre Braking Bad como la obra maestra de la ficción masculina— que gracias ser premiada con varios Emmys y Globos de Oros, tener un reconocible elenco de grandes actrices, y estar avalada por HBO fue vista por unos 7 millones de espectadores por capítulo. Todo un hito teniendo en cuenta que, aunque disfrazada de thriller, su tema central y su valor reside en mostrar las vidas de cinco madres batallando con sus decisiones y, como dice la editora Jaqueline Lunn, lamentablemente pero honestamente con lo que otras mujeres piensen de ellas. En su artículo Big Little Lies is not a ‘Women’s Show’. It’s Men Who Need to Watch it. (Big Little Lies no es una Serie para Mujeres. Son los Hombres los que Necesitan Verla.) Lunn escribió: “Sí, es una serie de televisión y es excesiva pero, curiosamente, este drama cuenta verdades importantes que los hombres que se acerquen a ella puede que vean por primera vez”. El haber relegado las historias sobre mujeres exclusivamente al público femenino no ha ayudado a los hombres a acercarse a “este universo”, para ellos son más cercanos y accesibles los problemas de un agente secreto con licencia para matar que las tristezas y alegrías de un ama de casa. Las mujeres somos esas criaturas indescifrables o radicalmente distintas a ellos con las que no van a lograr empatizar. La diferencia en la aceptación por parte del público entre historias femeninas e historias masculinas no es otra cosa que un problema de canon. Ni de calidad, ni del obsoleto concepto binario de que hay “temas para hombres” y “temas para mujeres”. Las mujeres vemos y leemos historias sobre hombres todo el tiempo, saltamos esta falsa barrera del género constantemente y más nos vale, porque si no nos estaríamos negando el acceso a la mayoría de libros, películas y series de la historia de la literatura, el cine y la televisión. La psicóloga Lola López Mondéjar escribía al respecto que “el problema de la diferencia no debería plantearse sino en relación al canon, es decir, como un problema de la cultura dominada por un canon occidental, blanco, burgués y exclusivamente masculino, que quiere hacerse pasar por universal.” Prueba de ello es que el término “ficción masculina” no existe, las historias sobre ellos son solo ficción.
Se nos ha enseñado que las historias sobre hombres son historias sobre la condición humana mientras que, como bien apunta Mullins en el artículo mencionado al inicio sobre Sally Rooney, existe la arraigada creencia de que la vida de una mujer no nos enseña nada más allá de su propia experiencia. El origen de todos estos prejuicios contra la ficción y tramas femeninas tratadas de chick-lit, placer culpable o “historias para mujeres” nace del intento de invalidar todo aquello que no se ajuste a ese canon masculino falsamente universal. Las características del protagonista de una historia no deberían condicionar a qué público va dirigida ya que menospreciar la diversidad alimenta la falta de empatía. Por lo tanto, no debería de existir el debate de si las novelas de Sally Rooney son lo suficientemente buenas como para salir del gueto de la literatura femenina, si no si las novelas de Sally Rooney son buenas. Punto.
Por Cristina Blanco