Directoras de cine: la voz silente de la mujer en el séptimo arte
Agnés Vardá dijo una vez: “La memoria es como arena en mi mano, conservo un poco y se va”. Esta capacidad de recordar, de conservar situaciones en la mente, de anhelar lo conocido o lo vivido, se equilibra con la balanza del olvido en la misma medida que pesa la añoranza. Y a pesar de que en el caso de la cineasta belga la pesa tiende a la simetría, fueron y todavía son otras muchas mujeres las que se encuentran en la altura más baja de la báscula que compara las que todavía permanecen en el reservado del séptimo arte, con las que se han relegado a la amnesia.
Si bien el recuerdo de grandes estrellas del cine como la actriz de cine mudo Louise Brooks, la conocida intérprete de la posguerra, Ingrid Bergman o las divinidades de los años 50, Ava Gardner y Rita Hayworth, ha tenido la posibilidad de colarse en las proyecciones más afamadas y hasta de formar parte de obras de literatura mundialmente conocidas, aquéllas que se encuentran al otro lado de la escenas, detrás de la cámara, no han logrado el mismo reconocimiento.
La mayoría de las películas que abanderan los clásicos, han sido dirigidas por hombres. Esta sentencia, que equivale en escenas a la misma situación que las mujeres artistas, pensadoras y escritoras de Las Sinsombrero o de la Generación Beat, responde a la construcción generada alrededor de este sector, definido por un rectángulo masculino que olvida y ausenta el legado cinematográfico de las mujeres cineastas. Desde inicios de la historia contribuyeron a crear un magnífico patrimonio fílmico que se distribuye alrededor de todo el mundo y que abarca diferentes y variadas temáticas: desde la violencia y la pérdida, hasta la estética, el amor o el cariño.
Dorothy Arzner (1897-1979)
La época de mayor esplendor del denominado sistema de estudios, comprende la década de los años 30. Por entonces las productoras más grandes -Paramount, RKO, Warner Brothers, Metro.Goldwyn-Mayer y 20th Century Fox- eran las responsables mayoritarias de controlar la distribución cinematográfica mundial. De esta etapa se recuerdan nombres que interpretaron los papeles que representaban los símbolos masculinos de virilidad, como Cary Grant o Gary Cooper, y los femeninos, relegados a un papel seductor, estético, trágico y a menudo dramático, como Mae West o Greta Garbo. Pero si bien por entonces, más allá del reparto, tan solo son hombres los directores que recibieron el mérito de las películas que coronaron Hollywood, una única mujer destacó en ese mundo. La estadounidense Dorothy Azner (1897) logró que fuera Paramount Pictures la compañía encargada de escoger, por única vez en la la época, velar por su primera película, Fashions for Women (1927), el debut que daría paso a otras 18 películas más entre las que fueron alabadas por la crítica The Wild Party (1929) y Dance, Girl, Dance (1940). La sorprendente y poco común inclusión de Dorothy en un mundo de Hollywood dominado por hombres terminó excluyéndola de la lista y borrando su nombre hasta la década en la que el cine feminista lo recuperó, en 1970, cuando se volvieron a recordar las los guiones de las mujeres transgresoras de sus obras.
Agnès Varda (1928-2019)
En América el escenario hollywoodense continuó su trazado en la misma dirección que en sus inicios hasta finales de los años 60, pero en Europa un nuevo movimiento estaba cambiando el boceto de la historia del cine. La Nouvelle Vague, la nueva ola del cine francés, dejó a su paso profesionales que coronaron una nueva manera de explorar el sector. Nombres como François Truffaut, Jean-Luc Godard o Jean-Pierre Melville convivieron con Agnés Varda, cineasta que a pesar de no gozar de la dimensión merecida como profesional del sector, sí logró ser de los pocos nombres femeninos de directoras recordadas tras su muerte. Comenzó su andadura con La Pointe Courte en 1955 y sumó puntos a su marcador por obras como Cleo de 5 a 7 (1962). Varda destacó por romper las normas y aprovechar el cambio de paradigma en el modelo que imperaba para emplear nuevas técnicas e innovar en contenido. Experimentó a nivel narrativo hasta lograr la plena libertad de estilo, una corriente única y personal a través de la cual jugó con las reglas impuestas desafiando las normas y apostando por nuevos formatos que dieran lugar a conflictos sociales, como las guerras, o temáticas que trataron de manera poética y desgarradoramente visceral, la condición femenina del momento en personajes de mujeres reflexivas, valientes y atrevidas.
Ana Mariscal (1923-1995)
En España, otro de los caminos marcados por la gran pantalla fue el que vivió la española Ana Mariscal. Ni en sus inicios ni tampoco en sus últimos días se dedicó a este arte -comenzó como matemática y terminó en la literatura- pero gran parte de las obras protagonizadas y dirigidas por mujeres en España le deben sus títulos. Iniciada por casualidad en el sector, rueda durante más de una década grandes películas de la historia y compagina, al mismo tiempo, su labor con el teatro. Escapando de la censura de la dictadura franquista, su pasión desmedida la lleva a fundar en 1952 la productora Bosco Films, el empujón aliado en su trabajo como guionista y directora de películas. Siempre relegada y apenas valorada a pesar de su constancia creativa y talento, acumula a sus espaldas producciones como Con la vida hicieron fuego (1959) o El Camino (1963), una readaptación de la novela homónima de Miguel Delibes.
“No se puede competir con la vida, solo recrearla”
Chantal Akerman (1950-2015)
Decía que no existía diferencia entre realidad y ficción. Tan cierta fue su sentencia que la primera película que produjo la belga Chantal Akerman, Saute ma ville (1968), en la que una joven terminaba con su vida, pudo ser el diagnóstico que predecía su descanso en 2015. Comenzó su carrera en el cine con tan solo 18 años y creó su trayectoria profesional influenciada por una vida marcada por la experiencia de su madre polaca como sobreviviente de los campos de concentración de Auschwitz. La soledad, la política de discriminación del siglo XX, la sexualidad y la vida cotidiana fueron los ejes por los que transitaron sus películas que siempre se han diferenciado por traducir y crearse bajo la mirada y óptica del papel social de la mujer. Así lo plasmó en su película más destacada, Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1963), en la que una mujer viuda se dedica a sus tareas domésticas durante el día y ejerce la prostitución de noche. De gran dureza y devastadora trama, la última película que firma, ‘No home movie’ rinde honor a la relación que la propia Chantal tenía con su madre.
“Ella era el punto fijo del mundo en movimiento”
Las vírgenes suicidas (1999), Sofia Coppola
Kira Murátova (1934-2018)
Más allá del olvido, el silencio impuesto fue otro de los factores que potenció la desatención al cine realizado por mujeres. La censura socialmente construida hacia su figura se alió con la censura de muchos de los regímenes políticos, que ocultaron sus obras hasta hacerlas desaparecer. Incluso, en algunos territorios existieron producciones que jamás llegaron a salir a la luz. Kira Murátova lo vivió en su propia carne. Actriz, pero también guionista y directora moldava, sus dos primeras obras –Breves encuentros (1967) y Los largos adioses (1970)- fueron prohibidas, así como su obra estelar, El síndrome asténico (1970), una producción que la Perestroika retiró ya que narraba la historia de un duro duelo que atravesaba una mujer viuda en la decadente Unión Soviética. Murátova, que acumula una quincena de películas en su trayectoria, retrató la época soviética y su posterior escenario, experimentando con escenas poéticas y narraciones que involucraban al espectador en cada una de las grabaciones. El olvido del cine ruso se unió en esta ocasión con el desinterés hacia el cine creado por mujeres y escondió muchas de las películas más personales y magníficas de la historia.
Basado en la figura de Murátova, el término “muratoviano”, que describe su particular manera de crear, es propuesto a los críticos del séptimo arte por el historiador Mark Cousins, para convivir o llegar a sustituir al “lynchiano”, en honor a David Lynch. Él mismo, Cousins, presenta en un documental de 14 horas de duración denominado Women make film (2018), un fascinante viaje que transita las entrañas del cine creado por mujeres y que recuerda y descubre una gran lista de nombres de directoras que, al igual que otras mujeres actuales como Greta Gerwig o Sofia Coppola, han luchado contra las deudas pendientes de un sector al que todavía le cuesta igualar parámetros de meritocracia de género.