Anne Sexton: entre la brujería y la palabra

Anne Sexton Anne Sexton

Anne Sexton: entre la brujería y la magia

Anne Sexton fue una bruja y lo supo; una bruja de las de escoba y recogedor y delantal y casita en las afueras; una bruja de las que no encajan, de las que retan los estándares de cómo debe ser una mujer. Fue una de esas: una bruja que, cuando dio a luz a una vida, empezó a pensar en la muerte. Una bruja de las que no se callan y molestan; una mujer atormentada por el dolor de una enfermedad mental. «Yo he sido de esas», escribió. I have been her kind, recitaba siempre primero en sus lecturas. Cuando algunos pensaron que se había curado, ella aclaró: «Sólo me he hecho poeta».

              Anne Gray Harvey, naturalmente, renunció a sus estudios para casarse y a su nombre para adoptar el de su marido (Sexton). Fue esposa, madre y ama de casa en una familia acomodada de los suburbios de Massachusetts. Fue también —no obstante y además—una poeta relevante, reconocida y muy premiada en su tiempo; publicó varios libros con gran éxito; fue profesora titular de la Universidad de Boston, recibió cuatro honoris causa; ganó el Premio Pulitzer de poesía, se midió con su amiga y contemporánea Sylvia Plath e hizo sombra a su mentor, Robert Lowell. Fue una de las mayores representantes de la poesía confesional de los años 60. Bruja.

La poesía de los poetas confesionales y la poesía de Sexton

              La poesía confesional es una fusión entre la vivencia personal y la expresión artística, es una exposición literaria del pensamiento, de la emoción, de la experiencia. Es un género asociado a lo autobiográfico porque «el yo» es protagonista —aunque no egoísta, no egocéntrico— y se expresa sincero y sin miedo. Los artistas confesionales interpretan y transmiten la realidad desde una emoción directa, van más allá de los límites socioculturales y revelan abiertamente asuntos cotidianos que les atormentan.

              Para Sexton la poesía confesional fue un refugio donde protegerse y una trinchera desde la que atacar, una recomendación médica, un método psiquiátrico para hacer catarsis y apaciguar su salud mental; en definitiva, una manera de evitar el suicidio. «Usted, Doctor Martin, pasea del desayuno a la locura / Y yo soy reina de este hotel de verano / o la abeja que ríe en un tallo / de muerte. (…) Yo soy reina de todos mis pecados / olvidados. ¿Estoy aún perdida? / Una vez fui bella. Ahora soy yo misma[1]». Sexton utilizaba su material autobiográfico y lo transformaba en materia poética. Luchó para cortarse las etiquetas de su cuerpo, por salir de su encasillamiento (y lo logró), sin renunciar a la comodidad de su vecindario y posición. Fue una hija no deseada—«Yo misma moriré sin bautizar / la tercera hija ignorada[2]»—, maltratada por sus padres y marido, y madre de dos hijas a las que pegaba. Así, en sus colecciones se descubre a una Anne contradictoria: fuerte y frágil, alegre y depresiva, atractiva y rota, reivindicativa y victimaria. Vivió atormentada por un dolor insufrible que creció con ella, un desequilibrio psicológico y una enfermedad mental que se instaló en su interior para siempre tras su primer parto. Su salvación —o lo que pospuso su muerte— fue la poesía.

Poesía y brujería

              La poesía de Anne Sexton confiesa, sí. Pero también advierte, señala con el dedo, arranca la venda de los ojos y, si uno los cierra, le sujeta los párpados para que mire. Escribe de las cosas como son aunque uno no las quiera ver (o leer). En su vida hubo deseo; escribió de deseo. Experimentó abusos, escribió de abusos. Hizo versos sobre la vida familiar y doméstica, del rol supuesto e impuesto de la mujer, escribió de alcoholismo, masturbación y cualquier otro tabú al que se enfrentó en los años 60. Recitaba en público Menstruación a los 40 («Esa enfermedad roja[3]») y la sociedad se infartaba, la vida idílica, la perfecta ama de casa, el sueño americano, las apariencias y las cosas como debían de ser se resquebrajaban, las mujeres de bien recelaban de ella, los hombres la apartaban y condenaban a la hoguera. Bruja.

              Dijo Sexton que toda poesía es catarsis pero que, aun así, no solucionaba los problemas pues estos ya quedaban para siempre en el papel. La poesía confesional se escribe en un lenguaje sencillo y cotidiano que contribuye a conectar con los lectores. Explora el interior y revela asuntos universales a través de cuestiones —aparentemente— personales en versos articulados con fuerza y expresados con gran intensidad.

              En los años 60 comenzaba en Estados Unidos la segunda ola del feminismo. Sin embargo, las mujeres no podían hablar abiertamente sobre su sexualidad ni sobre cualquier otro tema relacionado con su feminidad. En este contexto, Sexton creó poesía sobre los celos, las dinámicas de poder entre amantes, la intimidad, las relaciones entre madres e hijas. Versó sobre drogodependencia, incesto, muerte, desnudez; exploró los límites del cuerpo. Trató a fondo los roles multidimensionales —no reconocidos entonces— de la mujer en su época y señaló con determinación los problemas de las mujeres contemporáneas. De aquello que   sólo las más atrevidas (descaradas, insolentes, ¡censurables!) cuchicheaban entre íntimas compañeras, Anne Sexton reflexionaba abierta y públicamente.

              Su poema Menstruación a los 40 resalta la contradicción entre el deseo femenino, las convenciones sociales y las dificultades de la maternidad. El hecho de que —como poesía confesional— esos versos fueran autobiográficos hacían del poema una pieza extrema, real e insoportable (inadmisible) para el público masculino de entonces. En el poema imagina a un hijo que no llega a nacer, lo que supone el fracaso de su cuerpo. La menstruación descarta el embarazo: «Yo estaba pensando en un hijo / El útero no es un reloj / ni una campana que suena (…) ¡Tú! El nunca adquirido / nunca germinado ni desabrochado (…) Todo esto sin ti / dos días perdidos en sangre». Sexton describe el propio proceso menstrual: «sangre llevada como un adorno floral / para que brote (…) Es una habitación cálida / el lugar de la sangre. / ¡Dejad la puerta abierta de par en par!» Con el fin de la menstruación llega su fin como mujer: «Dos días para tu muerte / y dos días hasta la mía». Además escrito a dos días de su cumpleaños, en estos versos expresa su muerte biológica y su muerte social por su incapacidad de engendrar. ¿Bruja?

              En el poema A mi amante, regresando junto a su esposa[4], Sexton destapa el tema del adulterio. Recrea en los versos un triángulo amoroso: «Te devuelvo tu corazón», le dice a su querido al despedirse. Él vuelve a casa con su mujer pues «Ella está toda allí» para él. «Fue derretida cuidadosamente para ti / y moldeada desde tu infancia», la esposa «es sólida». La amante que queda atrás comprende su lugar y condición y dice: «En cuanto a mi / yo soy una acuarela / Yo soy lavable». Las mujeres —ambas, esposa y amante— son objetos, instituciones incluso, a disposición del hombre. Incapaz de retener su amor, Sexton escribe con ironía y amargura dirigiéndose a él como my darling. Escribe humilde, aparcando su ego y sin darse importancia, no dramatiza sino que describe y acepta su realidad. Los versos mantienen el carácter objetivo de la poesía confesional; a la vez hay un intercambio directo y constante con los lectores para que sean ellos quienes saquen sus conclusiones. Las palabras de Sexton, cuidadosamente elegidas y colocadas en su orden preciso, subvierten la voz tradicional del narrador masculino y su poesía anima a otras mujeres a relatar esta y cualquier otra de sus experiencias inconfesables. Bruja, más que bruja.

 

«He sido una de esas», la gran confesión

              El poema Yo he sido de esas[5] relata en cada una de sus tres estrofas tres tipos de mujeres. Son diferentes, parias, lo que paradójicamente significa formar parte de una comunidad a la que ella, Anne Sexton, se suma (o, más bien, al grupo la suma el juicio de los demás). Brujas unidas —aunque solitarias o aisladas en sus propias vidas— se encuentran en excelente y poderosa compañía. «Yo he sido de esas…», dice entrando y saliendo de las mujeres a las que describe; ha sobrevivido a todo y ofrece una forma de escape a las que aún se sienten oprimidas. «Yo he sido de esas…», repite proclamando sororidad.

              Una bruja simboliza todo lo que una mujer tradicional no. En el ideario colectivo es fea, solitaria y malvada; de un ama de casa se espera que sea guapa, familiar y dulce. Anne Sexton lo fue, al menos en alguna de sus muchas capas, pero en ocasiones se zafa. «He salido al mundo / bruja poseída / amenaza del aire negro / más valiente en la noche». Sale al mundo y se libera. Pero está poseída pues solo en ese estado una mujer abandonaría su hogar de noche. No tiene miedo porque ella es la amenaza: su valentía y confianza es su poder. Vuela montada en una escoba: «He viajado a lomos de las casas planas, de luz en luz», posiblemente por encima de las urbanizaciones de casas con jardín en hileras perfectas. «Pobre solitaria, con sus doce dedos, enajenada», es una hechicera esquiva y deforme. «Una mujer así no es una mujer, lo sé». Que ser como es la convierta en una bruja recrea la sociedad intransigente y el rol encorsetado en el que vive. «Yo he sido de esas», asegura, y con este cierre de estrofa no solo admite ser diferente, sino declara su orgullo de serlo.

              La segunda estrofa introduce a una mujer que ha «buscado las cuevas tibias del bosque», un lugar donde poder ser ella misma. Es un ama de casa no convencional con su propio orden: «las he llenado de sartenes, tallas, estantes / armarios, seda, de incontables bienes» y tiene artículos que son de su propiedad. Se representa en una dimensión fantástica, supernatural, preparando «las cenas de los gusanos y los elfos». Ha sido una de esas incomprendidas por ser independiente dentro de su hogar: «A una mujer así nadie la comprende».

              Finalmente llega el castigo, pues una bruja tiene que pagar por serlo. En la última estrofa del poema, Sexton relata su penitencia haciendo referencia a la época medieval —carro, arriero, fuego, ruedas— y a la mujer contemporánea en un escenario metafórico (de lo anticuado, trasnochado y rancio de la realidad). «Montada en tu carro, arriero, he saludado / con los brazos desnudos a los pueblos que iban quedando atrás». Su saludo desafiante contrasta con la vulnerabilidad de su desnudez, siendo transportada en contra de su voluntad. Sabe que va a morir y, sin embargo, no se achanta: «me aprendía las última rutas de la claridad». En alusión a Juana de Arco (muerta en la hoguera) y a Santa Catalina (torturada en una rueda de pinchos), se declara «superviviente / de tu fuego que aún me muerde el muslo / y de mis costillas que crujen bajo el vértigo de tus ruedas». Por las mismas razones por las que fueron sacrificadas, ambas fueron luego santificadas. Pero eso fue después, no durante su vida, no en su tiempo. No obstante, murieron sin renunciar a sí mismas porque «Una mujer así no se avergüenza de morir». Y termina entonando de nuevo solidaridad con aquellas que han sido etiquetadas como ella: «Yo he sido de esas».

La vida en los versos para romper el silencio

              En la poesía confesional lo personal se identifica con lo universal. Sexton versa y recobra «su yo» perdido, documenta su dolor; es un dolor con el que se pueden sentir identificados sus lectores. La escritura de Sexton es lírica y de confrontación a la vez. Está influenciada por sus estados mentales fluctuantes. Sus poemas cuentan las batallas constantes con su mundo interior que, sin embargo, comunica sin miedo. Es sensible sin dejarse sobrepasar por sus emociones; renace de su autodestrucción e incorpora su vida a sus versos.

Anne Sexton, entre los poetas confesionales, revolucionó la escritura introduciendo temas y formas de enfocarlos. Trató el sufrimiento femenino causado externamente así como el infligido por factores internos, reprimido por las normas sociales y patriarcales de su tiempo. Lo hizo con ironía, dureza y una honestidad brutal que creaba incomodidad en los lectores; especialmente en el público masculino. Rompió el silencio instalado en y alrededor de los tabús y desveló finas rodajas de su vida en la que los lectores podían reconocer o descubrir parte de la suya. Sí, fue una bruja pero, más que brujería, eso es magia.

 

Por |Paloma Serrano Molinero