El arte y lo peor de nosotros mismos

Madonna, Edward Munch
Madonna (1894 – 1895), Edvard Munch

El vínculo entre la creatividad y la locura ha cautivado durante mucho tiempo a filósofos, dramaturgos y poetas. La idea del artista loco, del músico atormentado o del poeta torturado sigue teniendo una fuerte influencia en la imaginación humana.

Muchos afirman que el arte saca lo mejor de nosotros mismos. Tanto el aspecto activo de la creación artística como el pasivo de contemplación y admiración de la belleza, han sido citados por reconocidos pensadores como elementos diferenciadores del ser humano; y aunque se diga que “la música amansa a las fieras” podemos admitir en principio que lo sublime del arte solo puede ser captado por inteligencias superiores, como se supone que ostenta la especie humana. Sin embargo, ¿hasta qué punto la interpretación del receptor puede en ocasiones distorsionar los mensajes, si es que los hay, que se lanzan al público por el acto creativo de un determinado pintor, escritor o músico?

Primero está la dificultad de definir términos como “creatividad” y “locura”, dijeron los miembros de los paneles. Además, la cultura popular ha tendido a glorificar el comportamiento aberrante de los artistas.

A lo largo de los años, un artista como Vincent Van Gogh, legendario por cortarse la oreja y producir pinturas asombrosas, ha demostrado ser mucho más cautivador para el público que un artista de modales más suaves como Claude Monet. Del mismo modo, muchos están mucho más fascinados por la poetisa Sylvia Plath, que se suicidó metiendo su cabeza en un horno de gas, que por algunos de sus colegas más estables, aunque igualmente prolíficos y talentosos.

Debido a que la idea del artista loco es tan convincente, ha habido muchos más estudios sobre el desequilibrio psicológico en los artistas creativos. Por ejemplo, un estudio que relaciona los episodios maníacos del compositor Robert Schumann con la música que produjo ha recibido considerable atención, dijo la Dra. Sybil Barten, profesora emérita de psicología de la Universidad de Purchase. Pero pocos tomarían en serio un intento de analizar el cambio de humor de un panadero y la calidad resultante de los panes que siguieron.

Al mismo tiempo, la investigación ha revelado índices desproporcionadamente altos de trastornos del estado de ánimo, particularmente el trastorno maníaco depresivo, o trastorno bipolar y depresión crónica, entre las personas creativas. La Dra. Kay Redfield Jamison, profesora de psiquiatría de la Facultad de medicina de la Universidad Johns Hopkins en Baltimore, concluyó en su estudio “Touched With Fire”: Manic Depressive Illness and the Artistic Temperament” que entre los artistas distinguidos la tasa de estas enfermedades depresivas es de 10 a 30 veces mayor que la de la población en general.

Entre los que ella citó como enfermos mentales se encuentran Lord Byron, Herman Melville, Virginia Woolf y Robert Lowell.

Un estudio de 10 años conducido por el Dr. Arnold M. Ludwig, profesor de psiquiatría de la Universidad de Kentucky, también concluyó que los trastornos psiquiátricos son mucho más comunes entre los artistas que en otras profesiones. El Dr. Ludwig, que estudió a más de 1.000 personas, dijo que su investigación reveló que los poetas eran con mucho los individuos más torturados, mientras que los científicos eran los más equilibrados y estables.

El Dr. Felix Post, psiquiatra británico, estudió a más de 100 escritores, pero concluyó, para su sorpresa, que los escritores de prosa eran más propensos a ataques depresivos que los poetas, aunque ambos estaban inclinados a la inestabilidad. Un estudio diferente de escritores, realizado por Nancy Andreasan, de la Universidad de Iowa, reveló que el 67 por ciento sufría de un trastorno emocional, en comparación con el 13 por ciento en un grupo de control.

Por supuesto que hay muchos artistas, escritores e intérpretes dotados que no persiguen su arte mientras se tambalean al borde de la locura. Pocos de los que han estudiado el tema argumentan que la inestabilidad es un requisito previo para la inventiva. Sin embargo, abundan las teorías sobre por qué el vínculo se revela en la investigación.

Una idea es que, dado que existe una base genética para los trastornos afectivos, el mismo gen también puede producir artistas. Los genetistas sugieren que debido a que la forma en que un episodio maníaco depresivo despierta la actividad cerebral, que desencadena oscilaciones emocionales extremas, el cerebro puede volverse más adaptable para sintetizar pensamientos incongruentes. Ese proceso — de reorganizar emociones dispares

Desde el ejemplo de Don Quijote de la Mancha, enloquecido por tanta lectura de libros de caballería, hasta la mente paranoica de Adolfo Hitler, que escuchaba con delirio las obras wagnerianas, a las que simpáticamente criticaba Woody Allen señalando que “al escucharlas le entraban ganas de invadir Polonia”. Hay numerosos casos de personas que se han sentido iluminadas a realizar auténticas barbaridades avaladas por un cuadro, una novela o incluso una canción.

Uno de los sucesos fue el brutal asesinato en 1969 de la actriz Sharon Tate embarazada de ocho meses, por miembros de la secta de Charles Manson, quienes se habían sentido “llamados” por la canción Helter Skelter de The Beatles. Según este, la canción era como un anuncio del apocalipsis. ¿Cómo es posible que la mente humana llegue a tales extremos? ¿Cómo afecta el arte al subconsciente humano? ¿Qué mensajes llegamos a captar? Verdaderamente no me imagino a ninguna otra especie animal que sea capaz de entender el arte de esa forma.

No se qué idea del arte tendría Inmanuel Kant, pero quizá sea cierto que antes de la edad moderna los artistas se centraban más en retratar el lado bello de el ser humano, o al menos tenían una visión positiva de la humanidad. El arte clásico, el barroco o el gótico parten de esta premisa. Pero a partir de ahí, y mucho más en la época contemporánea, vemos ejemplos que van mucho más allá de esta visión y que tal vez sean consecuencia de espíritus mucho más complicados y atormentados que los antiguos. Ellos quizá no entenderían una obra como El Grito, de Munch, ni catalogarían como arte los sonidos que emite una computadora electrónica.

Escrito por Raquel Bada