El periódico The New York Times no escatima en retos. A modo de focus group o breakfast club, juntó a los curadores de arte David Breslin y Kelly Taxter, los artistas conceptuales Martha Rother y Rirkrit Tiravanija y al abstracto Torey Thronton para que, en consenso seleccionaran las obras que ellos consideraban han marcado nuestro arte contemporáneo.
Pero aun no siendo tema tabú, nunca es sencillo hablar de arte, sobretodo cuando el propio concepto en sí siempre ha estado en continúa cuestión. Desde a antigua Grecia hasta la icónica la fontaine de Duchamp y sus iconoclastas vanguardistas.
Por ello, no sorprende que ese latte en el edificio de la editorial se alargara más de lo imaginado. Los jueces debían elegir cada uno sus 10 obras imprescindibles, clasificándolas por orden de importancia. La tarea de seleccionarlas les enfrentó al interminable debate: ¿qué puede clasificarse como contemporáneo? ¿hay que tener en cuenta el reconocimiento popular de la obra, la fama, o la admiración de la crítica? ¿dejará en el futuro suficiente huella histórica? ¿qué vale más el artista y su trayectoria o la obra en sí misma?
Algunos nombres y respuestas sí se repetían: Cady Noland, Kara Walker, el videoógrafo Arthur Jaffa, y como no, las frases incendiarias de Jenny Holzer (de las que ya hablamos aquí) Otros, sin embargo, brillaban por su ausencia como el arte paisajista que al parecer, no ha marcado en absoluto este último siglo. Una tarea tan subjetiva y personal, que llegar a consenso fue imposible.
Así, el resultado de la conversación, como ha tenido que advertir el Times, fue más una “sensibilidad que una declaración”. Figuran en ella el ambicioso proyecto “Womanhouse”, residencia de performace feminista organizada en una mansión hollywoodiense durante un mes, las cámaras de Lutz Batcher que cuestionan los límites de la privacidad, o la obra de Lynda Benglis (que la propia revista ha autocensurado por ser excesivamente explícita para el público americano). La lista -que está ordenada cronológicamente y no por jerarquía- podría haber tenido otro protagonistas si el dedo elector fuera otro. Pero el arte, como siempre, depende de los ojos de quién lo miran.
Por | Raquel Bada